La ejecución, al mejor estilo mafioso, de un niño de apenas 12 años ha puesto en alerta a la sociedad panameña que ve, con ojos asombrados, el avance incontenible del crimen organizado que se traduce en la presencia de las conocidas pandillas surgidas de un escenario social confuso.
Considero que el manejo y administración de los centros de reclusión juvenil tienen que ser objeto de un riguroso control, de modo que estos reclusorios de jóvenes y niños en riesgo no sean sitios de confinamiento forzado donde el individuo termina afianzando sus conocimientos adquiridos en el bajo mundo.
Dejar que un niño de corta edad, internado en uno de estos centros de resocialización se escape sin que las autoridades le den seguimiento al caso para saber hacia dónde se dirige y determinar la conducta del menor en el futuro, es lo que trae consigo posteriormente resultados tan nefastos.
�Qué hacía este menor de edad deambulando por la calle, a tantos kilómetros de distancia donde estuvo internado, sin que las rondas policiales lo detectaran?
En este caso, ni siquiera cabe el argumento de que se trataba de un delincuente peligroso que anduviese oculto de las autoridades.
Si observamos esta problemática desde el punto de vista social, familiar, educativo y de las posibilidades de oportunidades para nuestra juventud rebelde, llegaremos irremediablemente a la conclusión de que lo que estamos haciendo para el rescate de las futuras generaciones de las garras del crimen es poco; mientras que los que negocian con la sangre y los sueños de los pobres, sí saben dónde conseguir mano de obra barata para sus intereses canallas y perversos.
