MENSAJE
Esopo y los higos robados
- Hermano. Pablo
Costa Mesa, California
Se cuenta que Esopo, el gran
fabulista griego, estaba en una ocasión estudiando en una escuela.
Aunque era muy pobre y esclavo, a causa de su gran inteligencia le permitían
estudiar en una escuela de niños ricos.
Sucedió un día que todos los alumnos decidieron robar higos
de la higuera del maestro y comérselos en el recreo. Luego le echarían
todos la culpa a Esopo, que por ser pobre y esclavo, pensaban ellos, sería
inmediatamente culpado de la maldad.
Cuando el maestro vio el daño causado a sus higueras, preguntó
quién era el culpable. Todos los muchachos dijeron:
-Fue Esopo; el culpable es ese esclavo que nos han traído. Castíguelo
a él.
El maestro le preguntó a Esopo:
-¿Fuiste tú?
Esopo no dijo nada. Solamente pidió al maestro que le trajeran
un vaso grande de agua tibia. El maestro se lo dio, y Esopo bebió
el agua. Luego se puso dos dedos en la garganta y vomitó todo el
contenido de su estómago. Enseguida dijo:
-Maestro, haga que estos muchachos repitan la misma operación,
y ahí verá sus higos robados.
El maestro, impresionado por la sabiduría del muchacho, en efecto
hizo que cada uno de los alumnos bebiera agua tibia y vaciara su estómago.
Allí aparecieron todos los higos robados.
Es inútil ocultar nuestras faltas y echarles la culpa a otros.
Allá en el fondo de nuestra alma, como en un gran estómago,
estamos guardando todo lo malo que hacemos. Llegará el día
en que Dios mismo nos haga vomitar todo lo que ocultamos dentro. Nos obligará
a vaciar el contenido de ese saco inmundo que suele ser nuestro corazón.
El juicio final sobre cada ser humano será un momento terrible,
cuando con vergüenza y confusión se nos muestre cuánta
maldad ha encerrado nuestra alma. Por eso es tan necesario que limpiemos
nuestra alma y conciencia con la sangre preciosa que Cristo derramó
en el Calvario. Porque es la sangre de Cristo, o sea, la obra redentora
de Jesucristo, lo que nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7).
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