La Iglesia Católica resaltó durante la Cita Eucarística la mala distribución de la riqueza que hay en Panamá. Es un mal endémico en nuestro país. Se habla de un gran crecimiento económico, pero esos beneficios no llegan a los más pobres, que cada día enfrentan su miseria y ahora peor, cuando a cada momento se dispara el alto costo de la vida.
El alza indiscriminada del combustible y por ende de la canasta básica familiar, hace cada más difícil la vida de los panameños que menos ganan, sobre todo en las zonas indígenas y en los bolsones de pobreza que existen en el área metropolitana.
Es una responsabilidad compartida entre el gobierno y el gran capital. El sector público tiene su cuota por no establecer programas efectivos para ir reduciendo el nivel de pobreza de la mitad de la población de los panameños, que apenas tiene ingresos para subsistir. Los empresarios, también deben entender que se debe compartir la riqueza y dejar a un lado un poco de esa mentalidad de caja registradora.
En ese punto resalta la necesidad de una verdadera política de Reforma Agraria para favorecer a los campesinos y no a los grandes capitales, que acumulan cientos de hectáreas de tierras estatales, a precios ridículos.
Lo de la mala distribución de la riqueza es un tema recurrente y por más llamado que se hagan, pocas son las acciones concretas que se adoptan. Ojalá que ahora que alzó la voz el arzobispo José Dimas Cedeño, esa petición llegue al corazón de los que tienen el poder político y económico para mejorar las cosas para los pobres.