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Anarquismo y ultraderecha

Carlos Christian Sánchez | Editor y Corresponsal

Una de las peculiaridades de nuestro país es que el pueblo panameño es claramente definido como un ciudadano que ama el capitalismo, es un consumidor nato, prefiere la cultura occidental, le gusta el dólar norteamericano y rechaza las ideas extremistas de los movimientos de la izquierda latinoamericana.

Sin embargo, recientes encuestas demuestran que nuestra gente no cree en el sistema democrático vigente, de que desconfía de los partidos polítícos tradicionales, no toleran los altos niveles de corrupción en las altas esferas gubernamentales.

El fenómeno que observamos con las inusuales y muy violentas protestas de estudiantes secundarios, que atacan sin ninguna razón coherente a los transeúntes, de ocasionar severos daños a la propiedad y vandalizar a la ciudad, es una clara señal que demuestra que la juventud panameña se encamina al descarrilamiento total.

Si sumamos a esto la ola de asesinatos, los robos cotidianos, las protestas eventuales de educadores, la amenaza de paro de los gremios transportistas y la aparición de nuevos grupos de presión en Panamá, el panorama que presenciamos es una señal de que la Nación sufre de un desencanto hacia el sistema político existente.

Algo que la historia ha demostrado con sus hechos pasados fue que los síntomas de descontento social que vivimos hoy son el preludio a una etapa muy problemática.

Nos referimos a que el país puede sumergirse en la anarquía, en donde no habrá control de parte de las autoridades a una explosión de las masas y que sería aprovechada por sectores mucho más radicales (que hoy están latentes) para intentar tomar notoriedad, aprovechando la desesperación del pueblo.

Considerando los elementos que definen a Panamá como sociedad conservadora, el poco respaldo a los partidos políticos, la corrupción generalizada y la frustración hacia el sistema democrático pueden generar la aparición de frentes de presión "nacionalistas", que pretenderían vender soluciones inmediatas, como aplicando medidas severas para aplacar la delincuencia a punta de pistola, o proponiendo frenos a la inmigración ilegal. Incluso deportaciones masivas de ciudadanos sudamericanos ante el desplazamiento de puestos laborales en el Istmo.

Después se pedirá la permanencia de un gobierno fuerte, militarizado, y ya sabemos lo que nos ocurrió en el pasado con la dictadura que nos dominó de 1968 a 1989.

�Queremos realmente llegar esto? Claro que no. Pero nuestra sociedad, el Gobierno de turno y los sectores productivos del país deben verse en el espejo de otros países que han pasado por el trauma de la frustración a la democracia.

Hay que tener mucho cuidado con los grupos de presión que surgen de la nada. Aún no aparecen, pero si la gente sufre por medidas neliberales polémicas, como no poner controles al incremento de la canasta básica familiar o el precio del combustible, se cultivará el caldo para la anarquía. Más tarde, nacerán demagogos con discursos "probos y patrióticos" que venderán cielo y tierra para engañar al pueblo, aprovechando la coyuntura.

No dejemos que la ultraderecha y el extremismo nacionalista tengan cabida aquí. No cometamos el error de ir por el mal camino.



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