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El árbol de los problemas

Por: Hermano Pablo | Reverendo

Su primer día de trabajo acababa de terminar. Había sido un día sumamente difícil para aquel carpintero. Un neumático desinflado lo había atrasado una hora, se le había dañado su sierra eléctrica, y ahora su destartalada camioneta se negaba a arrancar. Disculpándose una y otra vez, le pidió a su nuevo patrón que le hiciera el favor de llevarlo a casa.

Camino a su casa, el pobre carpintero permaneció callado, pero una vez que llegaron, invitó a su patrón a que entrara a conocer a su familia. Antes de llegar a la puerta, el carpintero se detuvo unos instantes frente a un pequeño árbol y tocó con las manos las puntas de las ramas.

Tan pronto como su esposa abrió la puerta, se transformó el semblante de aquel hombre. En su bronceado rostro se dibujó una sonrisa, abrazó a sus dos hijos pequeños y le dio un beso a su esposa.

Después de las presentaciones acostumbradas, acompañó a su patrón hasta el auto. Al pasar cerca del árbol, la curiosidad venció al patrón y le preguntó acerca de lo que había hecho antes de entrar en la casa.

-Ese es el árbol de mis problemas -contestó el carpintero-. No puedo hacer nada para evitar que haya problemas en el trabajo, pero sí puedo dejar de llevarlos conmigo a la casa. Ni mi esposa ni mis hijos merecen que les lleve esos problemas. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche que llego del trabajo, y los vuelvo a recoger a la mañana siguiente. Lo curioso es que cuando salgo por la mañana a recogerlos -añadió sonriente-, ya no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior.

Los optimistas escuchan esta anécdota y exclaman: "�Qué bueno sería que todos aprendiéramos a dejar nuestros problemas antes de llegar a casa!".

Uno de los discípulos de Jesucristo que tenía fama de meterse en problemas era el apóstol Pedro. Por eso es tan significativo que en su primera carta nos dijera: "Depositen en [Dios] toda ansiedad, porque él cuida de ustedes." 1 Sin duda Pedro estaba pensando en la cantidad de veces que le había entregado sus problemas a Cristo, y Cristo se había encargado de ellos. Más vale que reconozcamos que, al igual que el carpintero, también nosotros tenemos dónde colgar nuestros problemas.



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