Qué valientes son algunos al reclamar por los propios derechos, criticar a todos los que se quieren reelegir en sus puestos (desde el presidente para abajo) y reclamar libertad de expresión.
Pero la mejor forma de medir qué tan apegados somos a los principios que decimos defender, es obeservar nuestros actos cuando nos encontramos en una situación de poder.
Es fácil hablar de atropellos de los poderosos cuando estamos fuera de la papa, pero muchos que hoy en día se hacen llamar paladines de la justicia y defensores del pueblo, fueron verdugos de los derechos del pueblo cuando estuvieron montados en el potro.
Es algo en que incurren muchos políticos, pero también dirigentes gremiales, de organizaciones deportivas y directivos de grandes empresas.
Tal parece que el panameño apenas se afinca en un puesto de poder, comienza a mover todas las fichas que tiene a su alcance para perpetuarse. Compra a quien tenga que comprar, extorsiona, intimida, roba y expulsa a los que le dicen sus verdades en su cara.
Esto último es lo más increíble. Mientras trataban de subir, hablaban pestes de los que estaban en la cima: que dizque eran corruptos, abusivos y ladrones. Una vez han cambiado los papeles, hacen exactamente lo mismo que sus antecesores, y hasta peor.
Al final, su rol como líderes los desenmascara. El hombre o mujer que está a la cima de una organización, tiene la principal responsabilidad de atender las necesidades de esa organización y sus afiliados, no servirse de su puesto como muchos hacen por ahí.
Winston Churchill dijo una vez: "El gran problema de nuestra época es que los hombres no quiere ser útiles, sino importantes". Ese pensamiento resume magistralmente a la mayoría de nuestra clase política, muchos de nuestros líderes y a buena parte de esta sociedad.