El pasado 29 de julio depositamos en el cementerio de Campana, distrito de Capira, los restos mortales de Tomás Saurí, un campesino que dedicó toda su vida al trabajo honrado, comenzando sus ajetreos de agricultor desde muy joven cuando nuestra República apenas daba sus primeros pasos.
"Cucho", como cariñosamente le conocían en el poblado, crió un cuadro familiar de nueve hijos, llevando el sustento diario al hogar con lo que obtenía sembrando y cosechando arroz, maíz, ñame, naranja, guandú y frijoles, que comercializaba en el mercado público de la capital, y que transportaba en chivas gallineras.
Casi al final de su vida, recordaba haberle vendido en su juventud, un quintal de ñame por 50 centavos a los obreros antillanos que trabajaban en la construcción de la carretera Panamericana en el tramo de Loma Campana. Hoy, ese producto que antes abundaba en nuestros campos, cuesta 1.50 la libra y aun así escasea.
Todavía lúcido, rememoraba con nostalgia sus parrandas en Lídice, Capira y Cermeño, caseríos a los que se trasladaban los campesinos a lomo de caballo por caminos de herradura.
Fue aficionado a las peleas de gallos, pasatiempo que aprovechaba los fines de semana para tomarse sus tragos de aguardiente y hacer apuestas, alegrando el espectáculo con una saloma propia muy conocida en el vecindario.
Escribo esta crónica para destacar la idiosincrasia y los valores cívicos que adornaban al panameño de antaño, cuyas costumbres y forma de vida se pierden en laberinto del olvido, y porque los medios de comunicación masivos parecen ocuparse con mayor despliegue de políticos venales y gente acaudalada, sin auscultar en las profundidades de la personalidad del ser humano pobre, pero decente.
