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Cuando se juzga que la calamidad viene de Dios (1.� Parte)

Hermano Pablo | Reverendo

El 19 de septiembre de 2001, apenas una semana después del ataque terrorista contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono de Washington, el periodista estadounidense Cal Thomas, en su columna, se pronunció acerca del tema en un artículo titulado �Cuando se juzga que la calamidad viene de Dios�. He aquí la primera parte de su comentario:

�... la semana pasada dos dirigentes religiosos... dieron a entender que los ataques terroristas se debieron al juicio de Dios...

�En la medida en que las calamidades, ya sean naturales o provocadas por los seres humanos, nos llevan a la reflexión y a reorganizar la vida de tal modo que ese mal nos impulsa a hacer el bien, hasta el horror puede tener efectos redentores y de ese modo personas inocentes no habrán muerto en vano...

�Hay quienes creen que los Estados Unidos de América es una nación especial, escogida por Dios para recibir una bendición excepcional. Eso es idolatría.... En Isaías 40, Dios dice que a sus ojos todas las naciones son como "una gota de agua en un balde, como una brizna de polvo en una balanza", pues "no son nada". Esta afirmación es motivo de humildad y no de fanatismo.

�Hay otros interrogantes. Cuando el apóstol Pablo visitó la antigua ciudad de Corinto, prevalecía una inmoralidad desenfrenada. El culto a Afrodita fomentó la prostitución en nombre de la religión. En determinado momento, según la Nueva Versión Internacional de la Biblia, "mil prostitutas servían en su templo". �Acaso no bastaba ese estilo de vida para que Dios enviara un meteorito que arrasara la ciudad? Sin embargo, a pesar de semejante maldad, Dios no envió su juicio sino que envió a su Hijo en el acto de amor más grande que jamás se haya visto. "Cuando todavía éramos pecadores", dice la Sagrada Escritura, Dios envió a Jesucristo a morir por nosotros (Romanos 5: 8).

�Si bien ese mismo Libro sagrado trata acerca de un juicio final en el que todo el mundo tendrá que comparecer ante Dios, así como advierte sobre las consecuencias inmediatas del pecado -desde la enfermedad física hasta la angustia emocional y la muerte-, también dice que Dios "no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan" (2 Pedro 3:9).�



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