Quizás el ex presidente de Taiwán, Chen Shui Bian, hubiera pasado sin pena ni gloria por los anales históricos de su país, pero ha sido condenado a cadena perpetua por actos de corrupción y con este bagaje deberá ser recordado.
Se ha calculado que la lesión ocasionada ha sido de 15 millones de dólares para los taiwaneses, cantidad suficiente para enviarlo a la cárcel por el resto de su vida. Pero en Panamá, la fibra de vidrio, por ejemplo, costó unos 40 millones y no pasa nada.
Mientras tanto, las autoridades han detenido a Betsy Guzmán por un supuesto vínculo con el escándalo del mal manejo del Fondo de Equidad y Calidad de la Educación (FECE), lo que demuestra que si alguien mete la mano y es respaldado por el CEN de su partido, puede aspirar a salir impune, como parece ocurrir con la famosa fibra.
El país vive una época de intolerancia. Cada día se incrementa el número de asesinatos, de accidentes, de robos y de situaciones violentas que amenazan con desestabilizar aún más a una sociedad otrora pacífica y alegre.
Peleas, balaceras y los pandilleros heridos en los hospitales cuyos enemigos los buscan en las salas para asestarles el tiro de gracia, se han convertido en parte de este menú de intransigencia que nos sirven todos los días. La sociedad está a punto de estallar.
Hace cuatro meses, el país escogió una opción política para resolver estos problemas, para recuperar el perdido principio de autoridad, para la ejecución transparente de proyectos, pero a pesar del esfuerzo realizado, aún no se sienten los cambios.
En esta última curva del camino de los cien días, el Gobierno debe realizar una exhaustiva evaluación que le permita calificar la labor de quienes se encuentran en posición de alcanzar el primer objetivo, por el que todos votaron, combatir la impunidad.
Mientras los panameños no tengamos un Chen Shui Bian en la cárcel, en la misma celda que los delincuentes comunes de los barrios, la anarquía podría terminar con la escasa tranquilidad que pueda quedar.
