Un saludo para Veraguas, cuna sagrada que ha traído al mundo tantos hombres ilustres, empero refleja la mayoría de su gente una renta per cápita aterradora, vecina de la humildad.
Hay situaciones adversas e imperecederas que corren afectas detrás de los siglos, haciendo de las multitudes sociales los ciegos solícitos dispuestos a servirles al mundo, distantes de las condiciones que involucran las exigencias preconcebidas de órdenes estrictamente personales. Las diferencias sociales, responsables de la repartición desigual de las riquezas, abren las fauces del abismo insondable que lo engulle todo, responsable incondicional de la miseria arrastrada como fardo ignominioso y sin atajos por los oscuros rincones de la tierra.
Diversidades de problemas concurren a manera de estrecha y sensible gravitación, aportando los desagradables síntomas que nos hacen perder el equilibrio de nuestras sosegadas meditaciones, causas de las fantasías delirantes que afloran a nuestro semblante haciéndolo palidecer.
Constantes manifestaciones hiperactivas convienen en importunar mi ánimo, produciéndome esas impresiones de oscuridad mental que procede frente a la imposibilidad de no poder ayudar a todos los huérfanos que habitan los zaquizamíes en prohibición total de la comodidad.
La pobreza nos infunde pesar, semejante al que convive con grilletes en los pies en visible menosprecio social, esperando el encuentro con la misericordia divina, condición que nos hace guardar residuos de honor y equidad en el alma. Es obvio tener presente que lo peor de las luchas suelen ser las derrotas, entre sus sombras tenebrosas tenemos que bajar la cerviz para la eternidad infinita. La vida guarda muchos secretos en el que el silencio es una medicina infalible.