La función primordial de cualquier gobierno es crear las condiciones de vida necesarias para que sus ciudadanos -todos sus ciudadanos- vivan en condiciones dignas, con acceso a un hogar, a la educación, y a un trabajo que le represente suficiente ingresos como para poder mantenerse ellos mismos y a sus familias.
Los ciudadanos tenemos derecho a viviendas y salarios dignos, a tener calles en buen estado y poder accesar a agua potable y luz eléctrica, entre muchos otros derechos que adquirimos por el simple hecho de haber nacido en este hermoso, pero desigual país.
Y cuando sentimos que esos derechos están siendo violentados o ignorados por este o cualquier gobierno, también existe otro derecho: el de protestar.
Y parece que en este país, quien más protesta tiene mayores posibilidades de que se atiendan sus exigencias, porque solo cuando se cierran calles llegan los altos funcionarios y representantes del gobierno central para escuchar.
Todos los días hay un grupo de ciudadanos protestando por lo que consideran son violaciones a sus derechos: falta de agua, falta de calles decentes, alto costo de la vida, no les recogen la basura con la frecuencia debida, y falta de seguridad, entre muchas otros problemas comunitarios.
A veces es molesto para el resto de los ciudadanos estar metido en un tranque, pero hay que reconocer que muchos de los aumentos de salarios que los servidores públicos, los trabajadores y gremios han obtenido a través de su historia, se dieron gracias a las acciones callejeras. Si no protestáramos, estuviésemos más "pisados" de lo que estamos hoy en día.
No hay nada reprochable en protestar; lo reprochable a veces son los métodos. Pero en ocasiones, hay que hacerle recodar a los políticos que no todo es hacer negociados y figurar.
