Los adultos estamos necesitados de la vitalidad pastoral y del vigor espiritual de la Eucaristía. Sin ella, nos convertiríamos en cristianos desnutridos y en comunidad de fe empobrecida. El mejor servicio pastoral que podemos prestar a estos niños es que nos vean gozosos y regenerados en la comunión con el Señor, de domingo a domingo, nuestra Pascua semanal.
Para lograrlo, necesitamos la ayuda insustituible de los padres y - cómo no - de los jóvenes abuelos, dispuestos a cambiar la tendencia de dedicar el domingo a entretenerse o simplemente a la nada.