La solemnidad litúrgica de hoy se centra en Cristo, Rey del universo. Esta proclamación solemne y pública, de Jesús ante todo el mundo, para nosotros como cristianos convencidos de nuestra fe, debe convertirse en el triunfo del amor.
Así es como queremos reafirmar de modo expreso, con el deseo de que suene nuestra voz hasta el último confín, la realeza, el señorío, el poder y el dominio absoluto del Hijo de Dios.
El Triunfo del Hijo del hombre
El evangelio de Mateo nos muestra una faceta donde encontramos dos caminos: el bien y el mal. Unos son los benditos del Padre, los que acogen el camino recto, y los otros los que se han desviado de este camino.
Los justos son los que han sabido reconocer a Cristo en el hermano que sufre, en tanto que los que se han apartado del camino recto no han sabido reconocerlo en sus hermanos. Cristo, con toda su gloria y su reinado sobre el universo, vendrá para separar a los buenos de los malos, para juzgarlos según sus obras.
Ante la realidad del evangelio no nos debemos desanimar, antes bien, tenemos que seguir luchando para alcanzar la gloria en el Reino del Padre.
Si bien es cierto que muchas veces nos equivocamos, hoy tenemos una linda oportunidad para dar nuestra mano a quien la necesita.
No hay que esperar a que los demás vengan a nuestro encuentro, debemos adelantarnos y brindarle una ayuda a los que sufren y lo necesitan.
Tendamos la mano ya que ahora podemos hacerlo, no vaya a ser que mañana sea demasiado tarde para dar cuenta de lo que hemos hecho a favor de los que sufren.
