Lo más parecido a la orquesta que amenizaba en el Titanic, mientras se lo tragaba el mar, es nuestro propio gobierno. Los músicos tocaban eufóricos y tomaban "champán" en tanto que los pasajeros corrían y se deslizaban por gravedad hacia el océano helado de la desesperanza, mientras la desentendida banda ejecutaba las más alegres sinfonías de la década.
La escena de los artistas alborotados, en medio del pánico reinante en el trasatlántico, fue lo que más me gustó de la película. Pero comparar a los músicos del navío con los vagos de rango político del gobierno, es injusto porque aquellos se ahogaron con el resto de los 1,500 pasajeros y estos de acá, ya tienen salvavidas para saltar al cayuco del 2009, conectados a la melodía del poco importa, para que los desastres que estamos viviendo sigan rodando en automático.
En estos viajes sin rumbo que duran cinco años, no aparece un director de orquesta, ni "maraquero" borracho, que esgrima la batuta y en un segundo de equilibrio detenga las ventas de nuestros litorales e islas y pare lo que parece un negocio organizado en las fugas carcelarias. Las concesiones son un escándalo babilónico, ni el pirata Morgan, para mencionar a un extranjero de respeto, se hubiese atrevido a rapiñar las áreas revertidas ni nuestras selvas como lo hacen tipejos considerados en otros pueblos como "traquetos". Se comenta que el poder afecta y más, a quién trepe al pulpito a dar palos de ciego, dicen que, un varillazo de esos aturdió "el valor de nuestra nacionalidad", otros rumorean bajito y resignados que está muerto!.., y momificado en una atmósfera corrupta en donde es imposible creerle ni a la mamá de uno.
James Camerón, director del filme Titanic, sacaría provecho del descaro que se proyecta en los rostros de los directores en nuestra orquesta, con el pandemonio parecido a los últimos minutos del Titanic.