Generalmente, los hombres cometen la torpeza de dejarse amarrar por el dinero. No tienen cosas, las cosas los tienen a ellos. Cuanto más poseen, menos se poseen a sí mismos y claro, la ambición los envilece al punto que hacen lo que sea con tal de enriquecerse. Por eso dicen que, "trepar y arrastrarse, se realizan en la misma postura".
Tres hombres encontraron un gran tesoro y llegaron al acuerdo de que, mientras uno de ellos iba al pueblo en busca de víveres y de un medio para acarrear el oro, los otros dos se quedarían cuidando la preciosa fortuna.
Pasadas unas horas los dos que se quedaron con el tesoro, empezaron a pensar cómo deshacerse del tercero que había ido al pueblo y éste a su vez, empezó a pensar cómo deshacerse de los compañeros para quedarse con todo.
El que había ido al pueblo pensó que lo mejor sería envenenar a sus amigos. Así que compró comida y le puso veneno. Luego, emprendió su regreso sin saber que sus dos amigos ya habían decidido matarlo para quedarse con su parte. Así que cuando éste llegó lo sorprendieron a puñaladas.
Una vez cometido el crimen se sentaron a comer alegremente, pensando cada cual en lo bueno que sería si fuese suyo el tesoro completo. Sin embargo, pronto hizo la ponzoña su efecto y ambos murieron víctimas de su codicia.
La ambición corrompe los corazones, estropea la felicidad y enciende grandes conflictos entre los hombres.
Un deseo inmoderado de riquezas es un veneno en la mente que contamina y destruye todo lo bueno que haya en ella, y tan pronto como se arraiga allí, toda virtud, toda honestidad y todo afecto natural huyen.
Si usted es de aquellos que ha puesto un altar a su billetera y a Dios lo ha puesto en el depósito, mejor vaya cambiando de opinión.