Curiosidades
Siempre he reconocido que tengo mala memoria, pero hay eventos en la vida que se quedan grabados para siempre.
Vivíamos en La Villa de Los Santos y un día de 1947, siendo un niño, amanecí con un fuerte dolor en el lado derecho del abdomen. Mi mamá, viendo que con nada se me quitaba, me llevó a una clínica Chitré. El doctor, después de presionar fuerte en varios lugares, dijo: es el apéndice y hay que operarlo.
Mi mamá sabía que una operación conllevaba riesgos, por lo que estaba muy preocupada y no podía dormir.
Lo comentó con varias personas y una amiga le dijo que en Aguadulce había un excelente doctor y se especializaba en casos de apendicitis, pero no era fácil conseguir una cita porque era muy solicitado.
Mi mamá recurrió entonces a mi tío Arcadio Aguilera Ocaña, esposo de mi tía y madrina Emma Villalaz. Él era amigo del doctor.
El galeno viajó hasta La Villa en una avioneta para atenderme.
Entró por la puerta un hombre alto, corpulento y con un habano en una mano. Se trataba del Dr. Rafael Estévez, un inmigrante español que vivía y ejercía en Aguadulce desde 1922.
Sacó de su maletín una cuchara sopera, me bajó un poco el pantaloncito y con suavidad, me presionó varias veces con la cuchara en algunas partes, preguntándome si me dolía.
Cuando terminó, le dijo a mi mamá: no es el apéndice y no hay que operarlo. Que tome estos medicamentos y que descanse por unos días. Mamá se puso feliz
y al preguntarle ella por sus honorarios, le respondió: no es nada; recuerdo que se dieron un fuerte abrazo.
El hospital de Aguadulce lleva su nombre para recordar siempre a un médico que atendía con el mismo esmero a un humilde campesino, como a altas personalidades.
Ya tengo 82 años y todavía tengo el apéndice en mi cuerpo.