Opinión - 06/10/13 - 12:49 AM

El gran mal

El gran mal nuestro es pensar obsesivamente en nuestro “yo” y encerrarnos en él, queriendo hacer que el universo entero gire alrededor nuestro. Esta fijación en

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El gran mal nuestro es pensar obsesivamente en nuestro “yo” y encerrarnos en él, queriendo hacer que el universo entero gire alrededor nuestro. Esta fijación en nuestro pequeño mundo con sus intereses pequeños, limitados y de poca trascendencia para el bien de la humanidad, causa tanto pecado de omisión porque impide levantar la vista y contemplar el dolor del mundo. No nos damos cuenta de que solamente en la medida en que seamos para los demás, haciendo crecer nuestro ser interior y desarrollándonos integralmente para servir, solamente así seremos felices.

El estar estacionados solo en nuestro ser contemplando aterrorizados, por ejemplo, las espinillas que brotaron en la cara, la celulitis o la inevitable calvicie, dándoles a esos triviales acontecimientos la dimensión emocional que provocan las inundaciones, terremotos o epidemias que azoten todo un país, es señal del cultivo inmaduro y alienante de un gran enfermizo egoísmo personal. Esto implica una visión infantil de la vida que raya con la demencia. Se vive un mundo irreal o, por lo menos, extremadamente incompleto. “Mi yo” es el único y lo único que me importa. Por eso estoy absurdamente ligado al “qué dirán”, a la moda, a cumplir todos mis cap richos a los que llamo metas y no lo son. Entonces nada más me interesa mi dinero, mis cosas y lo que se relacione con eso. Lo demás no importa.

El estar pensando solamente en “lo mío” me hace ser un furibundo y hasta sanguinario defensor de mis bienes, ocasionando la siguiente distorsión de la realidad: creo que yo soy mi dinero, mis joyas, mi belleza, mis cosas, y el que me toque algo de eso para quitármelo se encontrará con la violencia en cualquiera de sus manifestaciones porque está agrediendo mi “yo”. Y eso es falso: yo no soy mis cosas y trasciendo como misterio creado por Dios todo lo que existe. Soy un espíritu encarnado, un ser que busca vivir en Dios, en el amor y por toda la eternidad en comunión con los que serán salvados. Por otro lado, la muerte es la gran maestra: nada en verdad es de nadie, porque nadie se lleva nada. Solo administramos bienes en la tierra.

Lo que en verdad nos falta es amor compasivo, salir de nosotros mismos, dolernos del mal que sufre el otro, creando nuevas formas de vivir donde el prójimo como nuestro “otro yo” sea servido con amor, porque en Él también está Dios con quien somos invencibles.


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