Las noches en las montañas

Ya he pasado varias noches en distintas comunidades de La Pintada. En casi todas me ha costado dormirme temprano, porque después de las largas tertulias con vecinos y amigos nuevos, me he puesto a observar a los perros de las casas.

Los perros rurales son buenos guardianes, pero echados debajo de las hamacas donde uno descansa.

Todos se rascan el espinazo antes de dormirse profundamente y estiran las patas con un gusto extraordinario como saboreando la oscuridad y arrullándose con el ruido que provoca el viento cuando se tocan las ramas de los árboles y las moñas de las palmas se estremecen al mantener en equilibrio los pensamientos de amores secretos en lo más alto de la flora.

Los perros más viejos roncan como borrachos y los nuevos aún dormidos prorrumpen con pequeños ladridos y hasta paran las orejas como si estuviesen escuchando en su pesado sueño con brujas o tuliviejas de esos pueblos maravillosos.

Qué diferencia más grande hay entre los perros de caseríos como Piedras Blancas, La Madera y Cerro Colorado, si los comparamos con los perros de las ciudades.

Acá en la capital de Panamá las noches se les revelan a uno con una fisonomía urbana, muy de prisa y casi sin gracia, a no ser que usted se estacione debajo de un árbol en donde se acomodan para dormir cientos de pájaros negros llamados changos y se vaya para su casa con el automóvil cagado hasta por debajo.

A mí la oscuridad de la noche en la ciudad me toma por sorpresa, siempre metido en enormes tranques vehiculares, entonces en un abrir y cerrar de ojos se sabe que llegó la noche y llegó la noche porque los automóviles avanzan con las luces prendidas, entonces tengo que encender las luces y avanzar tramo a tramo y a una velocidad que no arrollaría a ningún perro bohemio de la ciudad. Por fortuna, los perros citadinos en términos generales tienen buen comportamiento.