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Ser niño ya no es lo que era

Antonio Saugar Benito Periodista

Los cambios que la sociedad ha experimentado en los últimos años también afectan a la infancia y, en ocasiones, ser niño ya no es lo que era. Muchos padres y madres actúan más como colegas que como progenitores. En aquella infancia que vivimos los de mi generación, los padres eran eso, padres. Enseñaban a los niños y niñas a ser personas, a tener lo que se llama urbanidad. En definitiva, maneras de comportarse y ser respetuosos, cómo actuar en unas y otras ocasiones, qué hacer y no hacer en determinados escenarios.

Hoy, raro es el padre o la madre que corrige en público a su hijo cuando éste no para de gritar o brincar entre las mesas de un restaurante; o juega con los cubiertos y los vasos que, seguro, acabarán en el suelo. Una sola mirada del adulto era suficiente, no hacía falta ni una palabra más alta que otra. Se han convertido en colegas de sus hijos, lo que puede suponer un gran error porque ese colegueo se amplía al colegio. En ocasiones, el papel del profesor no es valorado por la familia del alumno y le privan de toda autoridad. Dan la razón al niño casi sin escuchar a los demás. La familia llega con las dudas y la desconfianza puestas en el profesorado.

Otra diferencia entre quienes fueron niños hace un tiempo y los que lo son ahora está en la higiene. A los niños, antes no se les obligaba a estar bajo el agua y el jabón a todas horas, o a ir por la vida como si vivieran en una burbuja, sin contacto con el exterior. Quienes veraneábamos en plena naturaleza y rodeados de todo tipo de animales domésticos, no teníamos mucho miedo a las bacterias ni a la suciedad, ni a las heridas tras caer de una bici, de un árbol o por jugar al fútbol en plena calle hasta bien entrada la noche.

Algunos niños prefieren el riesgo de mirar una pantalla, horas y horas, ensimismados con los videojuegos. Habría que preguntarse qué es más arriesgado, jugar sentado en el sillón o en la calle, al aire libre, como se ha hecho siempre. Dudo si los pequeños de ahora saben jugar a juegos que sirven para socializarse, para contactar con otros niños y aprender a jugar y a vivir, a cumplir las reglas, a ser amigos y compañeros.

Pocos son los niños que se atreven a comer algún alimento recién recolectado, porque prefieren sacarlos de bandejas de plástico, y le hacen ascos a un racimo de uvas recién vendimiado o a un higo que se acaba de arrancar de la higuera. Y de beber agua en fuentes de campo y montaña, ni hablar. Antes era normal dar un paseo por el campo sólo para beber agua de una fuente. Era una especie de ritual. Ahora, se sale al campo con agua embotellada.

Hay niños que sólo han visto una vaca o una oveja en los libros, en documentales de televisión o en algún juego educativo. Tienen una agenda repleta de actividades extraescolares. Es tal el número de cosas que tiene que hacer los niños tras salir de clase que, cuando llegan a casa, están como si hubieran corrido una maratón. Ahora, todo es un ir y venir de actividad en actividad.

Meterse con algún compañero no solía permanecer en el tiempo, ni tenía la violencia y cotidianeidad que tiene en la actualidad el acoso escolar. Pero ahora, afecta a niños a partir de los siete años. Se acosa y se agrede de forma violenta y, por si no fuera suficiente, se publica en redes sociales. ¿Las familias no son conscientes de lo que pueden hacer o sufrir sus hijos? Según datos de la Fundación ANAR, un 30% asegura que no se lo cuenta a sus padres, y un 10% no le ha dicho a nadie que sufre este problema. Un informe de Save the Children señala que uno de cada diez alumnos afirma que lo ha sufrido, muchos que han recibido golpes y uno de cada tres admite haber agredido a otro estudiante. Qué sucede para que los niños y niñas no confíen en sus padres y en los profesores.

Al niño hay que escucharle, ayudarle en sus problemas, animarle en sus malos momentos, respetar que quiera o no realizar actividades fuera del horario escolar e incidir en el respeto hacia los demás. Los niños serán siempre niños, pero las cosas han cambiado. Unas para bien y, algunas, han empeorado. Sea como fuere, ser niño ya no es lo que era.

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