Listos para la ponchera

No se escuchaban voces ni se veía nada claro, el único sentido que estaba más que activado era el olfato, una mezcla de semen, sudor y orine se apoderaban del lugar. Mientras que el aire acondicionado, más era lo que sonaba que lo que refrescaba, la calor era casi insoportable, tal vez con una función: lograr que el cuerpo se pusiera más ardiente.

Los gemidos y escenas caliente no lograban entretener al público quienes preferían mirar hacia los lados, pararse y caminar de un lugar a otro. Subían, bajaban tratando de ver qué encontraban en la oscuridad.

Hombres con camisas mangalargas, como oficinistas; constructores con mochilas en la espalda y jóvenes con libros en mano eran de los que más se veían, todos con aspecto muy varonil, nada de afeminados.

Uno de los mochileros fue el primero en pescar, caminó hasta la mitad de la sala y se sentó en la esquina, segundos después ya tenía un acompañante, pero como por arte de magia había desaparecido una cabeza, lo raro era un leve movimiento de arriba hacia bajo. Parecía no cansarse, duró varios minutos, luego se levantó como si nada, buscando complacer a otro.

Esta no era una de las escenas de las ardientes y algo anticuadas películas, solo era parte de lo que allí se vivía.

Estaba



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