La educación es el grito impulsivo de los pueblos hacia el progreso, auspiciado por la civilización como vehículo triunfal del hombre actual. Desatarse de las rémoras que nos mantienen en completo acto de ineptitud, atado a todo género de imposibilidades es liarse a las innovadoras corrientes que avasallan la ignorancia ignominiosa haciéndola desaparecer, vía lúcida y brillante que nos une en silencio con las viandas opíparas donde se sirven en las atractivas bandejas color auríferas, los manjares que robustecen el cuerpo y el alma.
A mi juicio, la educación en el país se ha desenvuelto en mediana tranquilidad en lo concerniente a la estructura de los planteles escolares donde se brindan los conocimientos hasta el día de hoy, pero amanecemos con las malas nuevas que las clases comenzarán con un visible retraso, situación insostenible e incómoda que nos hace meditar profundamente.
Cuando ingresé por primera vez a la escuela me sentí en el paraíso, sintiendo que Adán y Eva habían sido trasladados al verdadero ámbito terrenal, siendo nuestros compañeros de afanes diarios, experiencia inolvidable. Hoy el niño concurre y lo primero que ve son los servicios averiados, el cielo raso agujerado, grifos sin agua, hojas de zinc sustraídas y así, en esta forma, no nos podremos apreciar de cuerpo entero en el espejo.
La primera experiencia no se borra y provoca las huellas indelebles difíciles de borrar, en viaje con nosotros hasta la eternidad. Este es un asunto que nos compete a todos sin poderlo evitar, aunque algunos sostengan lo que dice el adagio a paredes sordas, campanas mudas.
Las privadas empiezan a buen paso y a buena hora, esta regla es reflejada al entrar el adolescente a la Universidad, especialmente en el área de las ciencias exactas y tecnología. Trompicones y frustraciones son las herencias que podemos recibir de la Educación pública cuando se aleja alegremente del contenido programático.