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Prejuicio racial y sed de venganza

Hermano Pablo | Reverendo

-, mi querido prelado... De mí depende la paz de esta plaza... pero debe usted comprender que mi caída del poder significaría la más sangrienta revuelta que jamás haya visto esta colonia...

-Baltasar, Baltasar... No vuele tan alto ni quiera ser dueño de tantas vidas...

-No intente disimular su derrota. Soy el hombre más poderoso de toda la estancia, y usted, hombre avezado a estas artes, lo sabe muy bien. �Por qué soy el más poderoso? Pues le diré: Conozco el miedo que ustedes sienten cada vez que miran a un negro, y puedo lograr, con un gesto o con mi martirio, una gran cacería de blancos... El total de negros en la ciudad excede a la población blanca en proporción de siete a uno. Vea usted, mi queridísimo prelado, que soy el dueño de vidas y haciendas...

-Baltasar..., si las autoridades se tornan en su contra, el desenlace, tanto para su pueblo como para el mío, será la más terrible destrucción.

-Esas consideraciones no me interesan. Me interesa humillar a los blancos, a los verdugos de mi padre... La humillación del blanco es la única libertad que desea el negro.

-Pertenece usted a los más temibles humanos. Su lógica es implacable, y no se compadece de las muy humanas debilidades.

-Tiene usted razón, mi querido prelado. Me limito a jugar con las pasiones ajenas. La vida de los hombres no es para mí un reclamo de compasión, sino la oportunidad de ejercitar mis habilidades.

En esta novela que lleva por título La renuncia del héroe Baltasar, el escritor puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá recrea un ficticio levantamiento de esclavos en la isla de Puerto Rico. Por una parte, vemos el extremo de la discriminación racial de un grupo hacia otro grupo al que menosprecia; por otra parte, vemos el extremo de la sed de venganza que consume a un poderoso miembro del grupo esclavizado que ha sido víctima de semejante injusticia. Y todo esto a pesar de la clara enseñanza de la Palabra de Dios siglos atrás, en la que hemos tenido la solución a todos los conflictos en las relaciones humanas: que amemos al prójimo como a nosotros mismos. Porque así como no hay nadie que ame a todos más que Dios mismo, tampoco hay nadie que juzgue a todos con más justicia que ese mismo Dios que dijo: �Mía es la venganza; yo pagaré�.



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