Estamos casi convencidos que a nosotros los panameños, nos encantan las tragedias. Y las que ocasionan nuestros torrenciales aguaceros son las preferidas. Ya se dieron los primeros chaparrones de abril, con un torrente pronosticador del agua que se nos vendrá encima en este 2008 y si acaso un par de ciudadanos se treparon a sus techos a coger las goteras. Lo terrible es que ya se acabaron los tres meses de nuestra época seca (el verano), y no hemos visto un solo trabajo de remoción de sedimentos ni de basurales en los ríos: Palomo, Matías Hernández, Tapia, Matasnillo, Curundú, Juan Díaz, ni charco espíritu. También damos como un hecho, que muchas circunstancias que sufren algunas comunidades durante la época lluviosa pueden evitarse, pero tengo la mala espina que las gentes las buscan y que a veces las provocan ellos mismos. Todos los años se repiten los mismos episodios y a veces con las mismas caras damnificadas.
En la ciudad, se deben adelantar con tiempo los trabajos pertinentes para que estén limpios los drenajes pluviales. Incluidos no solo los más críticos de las barriadas como Auto Motor y el Martillo en San Miguelito, sino los cauces del propio centro. No obstante, lo que si están listos y preparados para dispararse son las frases cajoneras de las "autoridades". Observen el mismo discurso de siempre, se saben cuantos metros cúbicos por segundo se desparramaron en la ciudad, que velocidad llevaba la ventolina, los pies de las mareas del Pacífico, dos horas antes y una después del aguacero. También observen que en plena tragedia y debajo de la lluvia, es que van a meditar, donde meten a los afectados, para terminar apiñándolos en el Juan Demóstenes Arosemena. Las tragicomedias anuales por las inundaciones de nueve meses de lluvia, parecen escritas por el mismo autor y dirigidas por el mismo guionista, pues los perjudicados ponen las mismas caras y hasta declaran igual que sus antecesores: Lo perdimos todo, estamos esperando ayuda: Estufas, colchones, electrodomésticos y que nos muden de aquí cuando antes.