Cada cinco años celebramos la fiesta democrática eligiendo a los personajes que nos han de representar en los órganos Ejecutivo y Legislativo. Es obvio que esperamos de dichos personeros sentados en mullidos divanes devengando elegantes emolumentos a que se bajen a palpar las situaciones irregulares que afrontan los habitantes de las diversas comunidades que les otorgaron el voto. Del pueblo, cada cual goza la oportunidad de escoger el partido que mejor le plazca, a su libre albedrío, en busca de la dirección más conveniente.
No me ha interesado saber de qué facción es tal o cual vecino, al fin y al cabo del pastel político no me toca ni el olor. Queremos eso sí, que el político acuda a la comunidad a la cual se debe, siendo de este modo un baluarte en la solución de los problemas que asedian los conglomerados sociales que les dieron el voto. �Cuántas veces hemos tenido un entuerto agobiante que merece la presencia de un diputado, tendientes a encontrar el arreglo y, muchas veces, ni al representante del corregimiento podemos contactar? No veo con buenos ojos que un diputado entre en reyerta de tú a tú con un ciudadano común; esas prácticas nos alejan de lo que realmente buscamos , el enlace con las autoridades de nuestro barrios y urbanizaciones debidamente constituidas.
Es de ingeniosos procurar ideas sublimes que merecen ser elevadas a los conjuntos sociales, abriendo avenidas de notorias esperanzas. El desarrollo de la imaginación es un valioso instrumento en poder de un político, este objeto es a todas luces contundente y determinante. Es muy importante que el político visite periódicamente la comunidad que le dio el derecho a representarla. Son seleccionados para que ayuden a resolver los problemas de los más necesitados, no para que nos tiren como hoja vagabunda que caerá mal en todos los predios a donde sea despachada por el viento. Ellos son una esperanza y una firmeza para los circuitos, el pueblo es el mejor censor, por los hechos los conoceréis. Tenemos que proceder con reflexión, no con pasión.
