Los hermosos hábitos y las caras ilusiones que hemos abrigado en el curso de la vida, corren el riesgo de caer abandonados a la vera del camino, cual guiñapos malolientes, olvidados y de prestigio perdidos, ocasionados por una desleal campaña destructiva que apunta a lesionar el alma de la urbanidad, descansada en ciertas corrientes sociales que no sé sinceramente, para dónde arrastran lo poco que nos queda de las omnipotentes herencias antepasadas que en los tiempos ya caídos, eran carta de presentación envidiable, fuente de triunfales dotes inseparables de la impecable personalidad.
Ha fenecido de igual forma la dignidad, conjuntamente con la moral, sepultadas en la oscuridad, causada por un mezquino sol sin gloria que le sustrajo la toma del baño de sus destellos desanimados. No merecían el premio de ser alumbradas, pues entraron en divorcio con lo más querido, los hábitos de etiqueta distintiva que en el pasado, les habían permitido penetrar por la puerta bulliciosa de la prosperidad, y, la trasgresión llegaba, alejando la buena voluntad, para recoger a manera de desperdicios lo que se había acariciado, como elementos constitutivos y primorosos de la existencia, que ahora piden auxilios prodigando la mirada sin fervor que solemos negarle con extraña indiferencia.
Destruida por la burla, la obediencia que era llevada como hábito monacal, hoy, desgarrado y destruido ha sido, influidos por el oprobio, caídos en la profanación sin límites, contribuyentes activos, promovidos por la felonía. Son los que conducen sobre sus hombros la mortaja del conjunto de facultades espirituales que nos hicieron fuertes en el pasado, ya en ostensible estado de extinción.
Y todo apunta hacia la imprudencia impositiva y altanera, portadora de todas las intransigencias y de todos los vicios y caprichos indeseables.