La guerra en el Cáucaso, declarada entre Georgia y Rusia, representa el eterno conflicto del independentismo étnico que siempre florece en Europa, contra el poderío político militar de Moscú.
Después de la caída de la Unión Soviética en 1990, los rusos sufrieron el desmoronamiento de su hegemonía global. Una de las regiones en donde comenzaron a perder su control fue precisamente el Cáucaso.
Esta zona geográfica estratégica, encrucijada de Europa, Asia y Medio Oriente, tiene una gran cantidad de lenguas y etnias en un espacio de tan sólo 1,200 kilómetros. Hay más de 70 idiomas, cada una con su propia identidad cultural.
La República de Georgia fue ocupada en 1921 por los soviéticos y recibió en 1991 su independencia total. Sin embargo, millones de colonos rusos se establecieron en las regiones de Abjazia y Osetia del Sur. Estos siempre han sido leales a Moscú, lo cual hacía difícil cualquier integración a la patria georgiana en formación.
Para muchos, la guerra en Georgia es una fiel copia al carbón de lo que ocurrió hace una más de una década en Chechenia.
Además de la posición estratégica, el petróleo fluye como agua por los caminos de Tbilisi, la capital de Georgia. Grandes intereses económicos mundiales disputan a cualquier precio el comercio del crudo por el Cáucaso.
Más que una guerra insensata, el conflicto de Georgia y Rusia es otro capítulo en la lucha entre Occidente y Oriente. Los rusos temen que los georgianos se integren a la OTAN y a la Unión Europea, con el soporte vital de los Estados Unidos.
Si esto llega a ocurrir, otras repúblicas autónomas rusas como Ingushetia, el Daguestán Ruso y Chechenia, no dudarán en declarar su independencia.
La postura de Panamá ha sido clara al respeto. Tal como lo afirmó nuestro embajador en la ONU, Ricardo Alberto Arias, es necesario que los dos países en guerra declaren un cese al fuego y frenen sus hostilidades.
La comunidad internacional debe presionar a los georgianos y a los rusos para que este conflicto no se salga de las manos.