Las ambiciones y proyectos de los hombres muchas veces están llenas de tentaciones de triunfos que engrandezcan y den mucha gloria, pero que con el tiempo estas tentaciones corrompen y deshumanizan. Se busca una vida sin sacrificios, sin metas realmente trascendentes; se evade la cruz como camino de vida. Jesús presenta su cruz a quien quiera seguirlo y expone la renuncia a sí mismo como superación de las inclinaciones desordenadas y de los propios gustos y caprichos, del acaparamiento, el egoísmo y el facilismo.
Quien quiera seguirme que tome su cruz. Jesús anuncia a los discípulos su pasión, muerte y resurrección. Pedro no comprende el misterio de la cruz y se sorprende ante el anuncio.
La respuesta de Jesús es la de asumir con mayor entrega y fuerza el proyecto de su Padre.
í�l vence la tentación de seguir el camino sin dificultades que le presenta el demonio y contrapone a este camino el de la cruz, el del sacrificio. Es enfático en enseñar la entrega que exige un verdadero compromiso con su proyecto: "Si alguien quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame", y de esta manera salvará su vida.
Cargar la cruz es afrontar valerosamente las contradicciones de cada día, cumpliendo nuestros deberes, aceptando nuestros límites y fragilidades. No es un llamado a la resignación ni a la ceguera ante la realidad; es un llamado a la liberación del egoísmo mezquino para darse a los demás. Es una exhortación a la justicia a favor a los pobres y oprimidos. Emplear la vida en función y servicio de los demás es ganarla; emplearla sólo para sí mismo, buscando el propio beneficio y placer, es perderla; se trata de sacrificar valores temporales ante otros superiores y absolutos.
Revista Vida Pastoral - Sociedad de San Pablo #119 - Agosto 2005
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