En la liturgia de este domingo nos encontramos con un Dios que no permanece indiferente ante las situaciones difíciles de los pobres y de quienes en �l confían. En el evangelio Jesús enseña a sus discípulos a orar de manera humilde, porque esa es la forma que agrada al Padre.
La oración humilde agrada a Dios
En el evangelio de Lucas Jesús nos presenta una novedosa metodología de oración, humilde y perseverante.
La parábola del fariseo y del publicano exhorta a la oración humilde, que brota de lo profundo del corazón del hombre débil y pecador. Jesús, que quiere comunicar el significado verdadero y profundo de la oración, rompe todos los esquemas basado en el cumplimiento de la ley, y presenta la oración como el encuentro entre el hombre y Dios que lo escucha y lo salva.
El publicano, que reconoce su verdad, su condición de hombre pecador y tiende las manos hacia Dios, es salvado. En cambio, el fariseo, que se complace en sí mismo y no siente la necesidad de salvación, se queda en el horizonte cerrado de su autosuficiencia. En relación con toda la liturgia de hoy, aquí el publicano es el pobre que clama, afligido por su pecado, y que es escuchado y perdonado. En él estamos representados cuando no nos creemos los ya perfectos y evitamos mirar a los otros con desprecio.
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