Muchos dicen que en Panamá no hay racismo y que aquí todos gozamos del más alto respeto, en este especial crisol de razas. Pero esa virtual igualdad no la vivió el negro constructor Mateo Iribarren en la ciudad capital del año 1957, cuando un sábado para olvidar, llevó a su rozagante mujer al Restaurante Chino Gran Oriente de Salsipuedes. Acomodáronse en una mesa para cuatro, pidió dos cervezas y aprovechó para ir al orinal. Para su sorpresa al retornar, advirtió que en su mesa estaba sentado un hombre blanco, tan colorado que parecía más bien el pipí de un perro. �Vea la vaina!, dijo para sus adentros el negro, acudiendo raudo para averiguar quién era aquel tizón que trataba de hablar con su mujer con gestos exageradamente sensuales.
Mateo manoteó al intruso, pero los meseros intercedieron para que se quedara quieto y sentado con su mujer y el hombre, mientras llegaba el policía que estaba muy cerca. �Qué paso?...
Cuando llegó el policía que por casualidad era blanco, sin pensarlo le dio un toletazo en la cabeza al pobre negro que, si no es por su mujer y los meseros, lo mata a garrotazos.
Otra de estas pasó en la Avenida Central, en la época seca de 1965 en plena remodelación, recuerdo, del almacén de zapatos cuyo letrero decía "De la punta al talón Bazán es el campeón".
A una voluptuosa muchacha que pasaba le fue tocada su prenda preferida por uno de los trabajadores.
El que la tocó vulgarmente fue Claudio, un santeño menudito con cara de lobito que era buena gente pero perverso y avispao. La muchacha, alterada y llorando, le presentó la queja al jefe de la construcción sin decirle quién había sido, solo que le habían tocado la "panocha".
�Que pasó? El jefe llamó a gritos al negro Trostman, el único "timbo" en la obra. �Qué huevo!
