Los agitadores son unos de los individuos más peligrosos que existen en cualquier sociedad. Sobre todo cuando se trata de aquellos a los que les gusta incitar a los alborotos y luego hacerse a un lado para ver cómo el resto del mundo se destroza.
Son los pirómanos de las emociones fuertes y el descontento, y están en todos los niveles: en nuestros barrios populares, en las oficinas públicas y en las empresas privadas.
Les encanta iniciar las polémicas y las peleas encarnizadas, pero no ofrecen ninguna solución. En el preciso momento en que hay que aportar algo productivo al debate, le tira la bola a otro.
Sus críticas son siempre destructivas. Sus comentarios siempre mordaces y llenos de ironía malintencionada, que lanza al oído de los que menos se lo esperan.
La presión de grupo y la conducta colectiva son fuerzas poderosas, y cuando están motivadas por la ira, pueden causar tragedias. Cuando están encendidas, los agitadores son aquellos que se paran detrás de los protagonistas para azuzarlos y caldear sus ánimos, como si fueran expectadores de una pelea de gallos.
En la mayoría de la ocasiones lo hacen por motivos oscuros, pero inevitablemente, algo de placer obtienen de todo el proceso. Son catalizadores del conflicto y la violencia, pero en ningún momento dejan que esta los alcance. Se mantienen al margen, a salvo de lo que ellos mismos están difundiendo.
Es por esto que es importante para el resto de nosotros mantener la cabeza fría en los momentos de confrontación, porque de una vez se nos acercan personas que se hacen pasar por nuestros amigos, y que no tienen nada que ver en el asunto, a decirnos bochinches para disgustarnos más.
Mantengamos a raya a estos destructores, porque al final nosotros salimos perjudicados, mientras ellos ríen.