Al panameño, en forma general, no le gusta ni leer ni estudiar, siendo aún más específicos muy poco les importa documentarse sobre las leyes vigentes, viejas y nuevas; y menos estar al tanto de los derechos que le protegen del avasallamiento de los poderosos.
En la medida que el ciudadano desconoce la Ley, así mismo incurrirá en errores lamentables, porque a la justicia no le interesa si el infractor conocía las normas que está infringiendo, o no. Desconocer la Ley no es disculpa, dicen los códigos al momento de sancionar.
Pero el asunto va más allá de ignorar las normas que ejercen control sobre la sociedad para evitar la anarquía. Se trata de que el panameño de hoy en día ignora los derechos mínimos que le asisten a él, a su familia y a sus hijos, sobre todo.
El derecho a la vida, a la educación, a la salud, a las vías libres, a una buena alimentación, a la paz... Todos los días se violan, y al panameño no le interesa que se retorne al orden. Por un lado, porque no le importa muy poco lo que está pasando a su alrededor; y, por otro, porque desconoce que si le roban y hacen daño físico en media calle, los transeúntes están obligados por Ley a prestarle ayuda, y que si no lo hacen, y si no se presenta la Policía para actuar oportunamente, usted se puede quejar ante la autoridad porque quienes han presenciado y con su inacción permitido el hecho, han cometido el delito de omisión.
Esto por poner sólo un ejemplo extremo. La comunidad debe exigir que se cumpla la Ley, que se respeten las normas de derecho que nos mantienen a flote como sociedad organizada. Si no se hace así, y todos guardamos silencio cuando una disposición jurídica se infringe, pronto estaremos viviendo en una selva, incivil y violenta, donde el más fuerte dominará al débil, y donde los fusiles tendrán la última palabra.