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La esencia del cristianismo

Por: Hermano Pablo | Reverendo

Se llamaba Sadrudin Maken y era un médico moderno, aunque amigo de lo antiguo. Vivía en la gran ciudad de Londres, pero iba a las casas de los pacientes cuando lo llamaban, cosa rara en la actualidad. Si eran pobres, no les cobraba. Muchas veces, a la manera antigua, él mismo preparaba la medicina, que nunca era cara. A veces, cuando sus pacientes no podían hacerlo, iba al mercado y cocinaba para ellos.

Sadrudin Maken atendió así a una anciana, Becky Williamson, de noventa y seis años de edad. Cuando la anciana murió y se leyó su testamento, le había dejado al doctor dos millones de dólares. "Médicos como él quedan muy pocos", decía la anciana en el testamento.

Aunque nadie que entienda bien lo que es el espíritu cristiano debe hacer el bien para obtener recompensa, a veces la recompensa viene de suyo. Dios es justo, y si bien castiga al malhechor, también sabe recompensar al que hace el bien.

El apóstol Pedro habla de esto cuando dice: "El que quiera amar la vida y pasar días felices, guarde su lengua del mal y sus labios de proferir engaños. Apártese del mal y haga el bien; busque la paz y sígala" (1 Pedro 3:10,11). Se entiende que no es cuestión de hacer el bien ni de buscar la paz por motivos deleznables. Nada ofende más rápido a Dios que hacer el bien por motivos utilitarios y egoístas. Pero hacer el bien, bendecir a cuantos podamos, ayudar al necesitado, levantar al caído, es en sí recompensa.

El altruismo y el desinterés, el servir al prójimo por amor y nada más, son la más pura esencia del verdadero cristianismo. Jesucristo censuró a los que exhiben vanidosamente su religiosidad y hacen alarde de dar limosnas. Hacer el bien sólo por el hecho de hacer el bien es, indiscutiblemente, la más pura esencia del verdadero cristianismo.

No puede existir ejemplo más vivo y genuino de esta gran verdad que el que nos dio nuestro Dios el Padre celestial. �l actuó con absoluto altruismo cuando se hizo hombre en la persona de Jesucristo. Se hizo hombre, y llegó hasta la muerte, para hacer expiación por nuestros pecados. Esto lo hizo sin exigir nada de nosotros. Lo hizo por puro amor, el amor más desinteresado que existe. Lo que nosotros podemos hacer a cambio es darle nuestra vida, nuestra confianza y nuestra gratitud.



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