Padecía de una enfermedad extraña, que tenía un nombre también extraño: síndrome de polipéptido intestinal vasoactivo. En otras palabras, era alérgico a toda comida. No podía ingerir ningún alimento. De hacerlo, sufriría calambres y dolores intestinales.
Desde su nacimiento hasta su muerte, lo alimentaron por vía intravenosa. Sin embargo, creció hasta medir dos metros de alto y pesar 95 kilos. Pero a los 20 años de edad, Jason White, de Texas, Estados Unidos, amaneció muerto una mañana.
Vida extraña la de ese joven. Nunca comió dulces ni chocolates. Nunca ingirió frutas. Nunca probó ninguna carne ni verduras ni pastas. Gozó de muchos placeres en la vida, pero no el de la comida.
Esto mismo les ocurre, aunque en forma diferente, a muchas personas. Académicamente, hay muchos que pasan la vida entera sin alimentar su intelecto con las maravillas de la literatura. A estos los llamamos analfabetos. Ya sea por injusticia o por desgracia, o simplemente por dejadez, nunca asistieron a una escuela.
Moralmente, hay muchos que pasan la vida entera sin alimentar su alma con algún sentimiento bueno. Nunca beben ni comen de la justicia, de la decencia, de la moralidad, de la vida sana. Pueden comer de todo, pero de un sentimiento noble o de un pensamiento honesto jamás se alimentan.
Espiritualmente, hay muchos que jamás dan a su corazón la única comida que alimenta el alma: la Palabra de Dios. Pueda que se alimenten de la literatura que circula por todo el mundo, pueda que beban todas las filosofías inventadas por el hombre, pueda que prueben cuanta religión moderna los confronte; pero nunca leen la Biblia.
Estos llegarán al fin de su vida ahítos de todo lo comestible que este mundo puede darles, tanto para alimentar el cuerpo como el intelecto. Pero su alma quedará al final anémica, raquítica, en absoluta inopia espiritual.
La Biblia es el Libro de Dios para toda la humanidad. Es la única fuente del conocimiento de Cristo, la única que puede dar vida plena. Leamos la Biblia. Ella nos dará la fuerza espiritual sin la cual morirá nuestra alma.