Ya no nos sorprende ver en los noticieros de televisión o en los diarios imágenes de vehículos incendiados en mitad de la carretera. Antes era un asunto esporádico, casi sin registros ni estadísticas, pero ahora hay que apurarse para no perder la cuenta.
Se han dado casos de terribles consecuencias, entre los que podemos mencionar el del autobús incendiado en la vía Martín Sosa en el que fallecieron dieciocho personas aquel 23 de octubre del 2006, por solo citar el más impactante.
Posteriormente, hemos visto otros tipos de vehículos ser consumidos por las llamas, como colegiales, camiones y autobuses y convertirse en un montón de chatarra quemada. Algo debe estar pasando.
Tal vez, al transferir del Estado a los talleres mecánicos privados, la revisión de los vehículos, se ha perdido alguna firmeza en los controles. El deficiente mantenimiento de los autos se ha hecho más que evidente.
Anteriormente, los talleres de la Guardia Nacional eran los encargados de llevar a cabo la revisión de los automóviles y de otorgarles sus respectivas aprobaciones para circular por el país. Era una verdadera inspección de los mecanismos automotrices.
El sistema era indispensable también, como lo es ahora, para obtener las placas, pero antes de que llegara el momento de adquirir la llamada "lata", se debía tener la absoluta certeza de que el automóvil se encontraba en la mejor de las condiciones posible.
No es nuestro interés dudar de la eficiencia y honestidad de quienes realizan la tarea de revisión en la actualidad, más bien quisiéramos hacer comprender que puede estarse filtrando algún hábito de insolvencia o de ligereza en la inspección.
Pensamos que las autoridades del tránsito deben buscar las fórmulas para ejercer un control más detallado de los carros que circulan por el país y así evitar más desgracias con su rosario de muertos, heridos y afectados permanentes.
