Era una carrera contra el tiempo. Había que llevar el corazón con urgencia desde Nueva Gales del Sur a Melbourne, Australia. Un paciente, a las puertas de la muerte, esperaba el trasplante.
El equipo médico, compuesto de cinco miembros, avanzaba a toda velocidad por la carretera llevando el corazón envuelto en hielo. Pero sucedió algo imprevisto. En una curva del camino, la ambulancia se volcó. El conductor murió en el acto, y sus cuatro acompañantes quedaron gravemente heridos. El corazón, bien empacado, llegó a Melbourne en otra ambulancia, y al enfermo del trasplante le prolongaron la vida un año más. Marissa Jackson, vocera del hospital de Melbourne, hizo este lacónico comentario: "�Valía la pena?"
En efecto, uno se pregunta: "�Valió la pena que un médico joven muriera y otros cuatro quedaran heridos de gravedad para que un hombre recibiera un corazón que le daría vida precaria por un solo año? �Valió la pena el accidente, la muerte de un hombre y el dolor de los heridos?"
La primera reacción es decir que no. Pero pensándolo bien, arriesgar la vida para salvar la de un enfermo vale la pena, moral y humanamente. Aunque aparentemente las pérdidas sean mayores que las ganancias, como en este caso, hay algo que enaltece la acción: el sentido del deber y el reconocimiento del valor humano.
Vale la pena vivir, sufrir, sacrificarse, pensar, soñar y dar la vida si con eso elevamos un poco el valor de una persona.
Por eso, a pesar de que ese médico perdiera la vida en aras de la ciencia, a pesar de las lágrimas de las madres de los heridos, la resignación de las esposas y el valor estoico de los hijos, vale la pena si con eso la humanidad da un paso hacia adelante en el progreso social y se pone de relieve la importancia de la familia. Todo acto de sacrificio por otros, aunque no deje ganancia material, vale la pena. Así el hombre se eleva sobre el nivel de la bestia y se acerca más a su Creador.�Valió la pena el sacrificio de Jesucristo en la cruz del Calvario? La respuesta la tenemos en las palabras mismas de Jesús: "Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él, y doy mi vida por las ovejas" (Juan 10:14-15).