La inconsciencia de algunos individuos no distingue hora ni circunstancias.
En el ambiente de trabajo el tiempo es sagrado, y por lo general escaso. En la mayoría de los casos hay un lapso para trabajar, otro para comer y luego para seguir trabajando.
Pero nunca falta un ocioso que durante el primer y tercer lapso de tiempo se dedica a interrumpir a los demás, ya sea para hablar tonterías o hacerles perder el tiempo con asuntos que no van al caso.
Si uno quiere perder su propio tiempo y exponerse a un despido, perfecto. Cada quien hace con su tiempo lo que le parece conveniente.
Lo peligroso es cuando esta persona a involucra a compañeros de trabajo en sus actividades que nada tienen que ver con productividad.
El problema es que siempre los que le prestan atención son los que terminan pagando por el tiempo que le dedicaron. El personaje que nos referimos, tiene una extraña suerte para que los jefes no se den cuenta de que tanto revolotean por las oficinas sin hacer nada útil.
De alguna forma, se las arreglan para aparecer en el momento menos oportuno, cuando estamos contra el tiempo y desesperados por cumplir nuestras obligaciones.
Los demás tienen que esconderse y encerrarse cuando lo ven pasar, seguros de que les va a salir con cualquier zoquetada que inevitablemente les arrebatará al menos una media hora. Los empleados nuevos son los más afectados, ya que como no conocen a nadie, sienten timidez por despacharlos o esquivarlos.
A veces uno se ve en la necesidad de mandarlos a volar seca y bruscamente. Pero lo mejor es hablar con ellos claramente y pararlos desde el principio, para que esas incómodas situaciones no se repitan.