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Sin embargo, soy un mal amigo secreto

Redacción | Crítica en Línea

Se están acercando la Navidad, con todo lo que ello implica: olor a pino fresco, luces multicolores, villancicos, y lo que todo el mundo quiere, regalos.

Esto último nos recuerda un jueguito que en la mayoría de las oficinas de nuestro país se practica, y que en estos mismos momentos está reuniendo a grupos de personas para reclutar participantes.

Se trata del bendito "Amigo Secreto", que se organiza con todas las mejores intenciones, pero que inexplicablemente, termina en no pocos casos causándole tristeza a un par de unidades, y hasta provocando peleas entre compañeros de trabajo.

De hecho, es casi inevitable que alguien quede mal entrándole al amigo secreto. Es un juego que de salida requiere disposición para averiguar los gustos de tu protegido, dinero para comprarle sus regalos, y sigilo para evitar que se de cuenta que tú eres su benefactor. También se requiere un mínimo de originalidad y ser espléndido a la hora de escoger los presentes, ya que a nadie se siente halagado recibiendo un real de mentas.

Y todo esto hay que hacerlo mientras le robamos algo de tiempo al trabajo.

Pero parece que algunos de nosotros nos metemos sin tomar esto en cuenta. Y por consiguiente, dejamos en el abandono al compañero a quien nos toca regalarle.

La finalidad del juego no es otra que reforzar los lazos de amistad entre los compañeros, dando muestras anónimas de nuestro afecto, para que nuestro protegido sepa cuánto lo apreciamos, antes de que sepa nuestra identidad.

O sea que si el benefactor no le pone ganas, el juego puede resultar en un arma de doble filo, que en ocasiones deja como resultado a gente quitándose el habla.

Si no estamos dispuestos a jugar "Amigo Secreto" como debe ser, mejor ni nos metamos en eso.



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