Cuando nacemos, cada persona es única, trae de suyo sus dones y sus virtudes, viene con regalos divinos que si los desarrolla puede llegar hasta salvar vidas. Eso son los talentos de sabiduría, de abnegación, de labilidad, de amor, de honestidad, de verdad e hidalguía, introspección y de humanismo.
Dios le ha dado talentos y manos prodigiosas a los médicos especialistas que de nobles y de humanos, a mi concepto, no tienen absolutamente nada; porque el que tiene en sus manos el don de curar, de salvar vidas y no lo hace, de nada sirven sus talentos ni sus riquezas, porque la mayor felicidad el cénit del gozo supremo y de la alegría noble nacen de las buenas obras, de las obras que se hacen por amor y no por un vil puñado de dólares.
Pero eso queda obviamente en la conciencia de esos médicos porque sé que no son todos; los hay buenos, entregados a la medicina y al grato placer de poder curar a sus prójimos.
Hay otros como los policías, que trabajan hasta 16 horas diarias, sin sobresueldos y sin compensatorios, con el dolor a cuestas de ser los grandes ausentes en sus hogares. Es cínico, impúdico e indolente que siendo los honorables médicos los más privilegiados y con los estipendios más altos dentro de los salarios gubernativos, quienes no ponchan tarjetas de asistencia, que laboran escasas tres o cuatro horas en el seguro social, atendiendo a los asegurados con extremada ligereza, despotismo, con bravuconadas y descortesías.
Es inhumano que habiendo tanta pobreza en la salud pública por las negligencias médicas, que habiendo tantos panameños sin trabajo y tantos empleados públicos ganando miserias, estos honorables panameños pidan el aumento que piden. Hay que tener corazón de hierro o de fiero para, amasando y depositando de dos a tres cheques, ostentar la duplicidad de sus salarios. Creo que sería justo un aumento a los médicos pero aumento de trabajo, de disciplina, de orden y de puestas en cinturas las correas de la seriedad y de honestidad a estos mercaderes y empresarios de la salud del pueblo panameño.