El pasado 2 de mayo tuvimos la primera advertencia. Fue un aguacero fuerte en la ciudad Panamá, pero no fue ningún diluvio, ni huracán. Más bien fue una precipitación típica de la temporada lluviosa, esa que está por comenzar en Panamá.
Las inundaciones de aguas inmundas que vimos en varios puntos de la ciudad capital son consecuencia directa de cómo tratamos el sistema de alcantarillados de nuestra ciudad.
Se supone que esta red subterránea está diseñada para deshacernos de las aguas residuales. Pero con tanta porquería que lanzamos por el lavamanos, la taza del inodoro, el lavadero y en los huecos de las alcantarillas, es un verdadero milagro que cualquier fluido corra por esas alcantarillas.
Después de todo, �cómo puede mantenerse corriendo el agua cuando tiene que pasar por tapones compuestos de toallas sanitarias femeninas, papel (no precisamente del higiénico), sobras de alimentos, bolsas plásticas y fragmentos de basura sólida, todo adherido con aceite de cocina? Ni siquiera estamos hablando de heces, porque el sistema está diseñado para transportarlas. Pero todo lo antes mencionado hace que esto también se estanque.
Son dignos de solidaridad los sacrificados funcionarios que se dedican a limpiar estas alcantarillas. Se trata de funcionarios del IDAAN que solo con el equipo básico recorren toda la red de alcantarillados para eliminar bloqueos en tuberías, las cuales parecen una arteria tapada de colesterol.
Pero todo lo que ahí lanzamos tiene que salir hacia algún lado, si es que no puede llegar hasta las plantas de tratamiento de aguas residuales. Y cuando caen aguaceros como los del pasado 2 de mayo, se crea la oportunidad para que estos objetos regresen a quienes ahí los tiraron.