Se llamaba John Orr. Era un hombre de cuarenta y tres años de edad, padre de familia, inteligente, sano y normal. Lo querían y lo respetaban todos sus subordinados, y había ganado medallas por su pericia. No por nada tenía el grado de capitán de bomberos.
Pero el fuego era más que su profesión. Era también su obsesión. Había llevado diecisiete años pensando en fuego, soñando con fuego, hablando de fuego y... encendiendo fuego.
Un día a John Orr lo encontraron prendiéndole fuego a tres enormes supermercados. De ahí que se sospechara que era el causante de decenas de incendios pequeños en una inmensa zona de la ciudad. De bombero había pasado a ser encendedor.
He aquí un hombre que dio de qué hablar a los psicólogos y psiquiatras, pues era un modelo de rectitud e integridad. Pero siempre fue un pirómano. Por un lado, bombero profesional; por el otro, un perturbado pirómano.
�Por qué se le dio por encender fuegos? �Por qué hizo precisamente lo contrario a lo que era su oficio? La mente humana encierra cosas sumamente raras. �Por qué hay personas que atentan contra su propia felicidad? �Qué hace que un ser humano haga sufrir a aquellos que más lo aman?
Sin duda alguna, en ese ser humano hay algo que no está sano, que no está bien. Alguna imperfección que lo lleva a hacer cosas anormales. Alguna irregularidad que lo provoca a hacer cosas locas.
La Biblia tiene una palabra para definir esta anormalidad. Es la palabra adikía, que significa �encorvadura� o �corcova�. Es la palabra con que la Biblia describe el pecado. Nos dice la Biblia que por el pecado de Adán y Eva transmitido a todos los descendientes de esa primera pareja, toda la humanidad está en adikía, es decir, en torcedura, en malformación, en deformidad, en pecado.
Sin embargo, fue precisamente para sanarnos de esos males morales, psíquicos y espirituales que vino Cristo al mundo. �l perfeccionó una salvación eterna y gratuita, una salvación que regenera, transforma y libera. Y cada uno de nosotros tiene pleno derecho a pedir y a recibir esta gran salvación. No sigamos más en adikía. Librémonos de esa disfunción. Cristo desea enderezarnos espiritualmente.