Con frecuencia he escuchado en la calle la expresión que se repite cuan perfecta muletilla: a este pueblo no le importa nada, es indiferente frente a todos los problemas de la vida, pareciera no tener sentimientos, ni amor propio, es presa de un letargo, las dificultades les son familiares y los asuntos que tiene que ver con la acrecencia de la personalidad no les causan emoción, todo para sobre sus cabezas sin penas ni glorias, y, como saldo de esa actitud ausente de decoro sigue paria en su propia patria.
El dinero mayormente producido por el flujo de capitales de las instituciones económicas son poderosa garantía, para que en aspecto social, no haya un solo indigente deambulando por las avenidas, ante todo, de la ciudad de Panamá. Son muchos los que imploran por las calles tras la íntima dádiva sin significado aparente, vistiendo cierta indumentaria espantosa por desaliñada, luciéndose sin atajos por cuanto vericueto citadino existe. Un número respetuoso de la sociedad, marca apresurado en carrera maratónica en pronunciada pendiente rumbo a su propia destrucción. No es posible que los indigentes -que son seres humanos- no puedan llevarse a reclusorios limpios y decentes donde se atiendan dignamente, eliminando el bochornoso acto que nos deja tan mal parados ante la mirada de visitantes foráneos. �Ay! Ignorancia, si pudiera pintar un óleo en tu nombre, te representaría, sin oídos, sorda, repudiando los clamores de la sabiduría que en desesperado intento lucha por sacarte del fango donde te encuentras inmersa sin pretender liberarte. Y el costo de este horrible error es que una clase social se ha apoderado de toda la maquinaria económica que rinde ping�es y lozanos frutos. Te has sentado a la vera del camino a sestear y sesteando te aprehenderán los siglos sino cambias de actitud.
Comportamiento punible y detestable que arruina cualquier cosecha, asumiendo el refrán que reza: agua que no es de beber déjala correr. El círculo de estrechas limitaciones a donde nos encontramos confinados, tenemos que romperlo a como dé lugar, donde la indiferencia ha sido el pariente confidente del craso insulto a la personalidad humana.
