�Cuántas veces hemos escuchado que debemos pensar lo que vamos a decir antes de abrir la boca? El 90% de las metidas de pata que cometemos se relacionan con no hacer caso a esta sabia recomendación.
Las emociones a veces nos impiden explicarnos. El mensaje que queremos dar se pierde entre jadeos, gritos y exasperación.
A veces, cuando se nos presenta una situación difícil, las emociones se adueñan de nosotros. Entonces decimos cosas que hieren a los demás, o que empeoran la situación. Si somos personas con un mínimo de sensatez, nos vemos obligados a pedir disculpas.
Todos sabemos cómo debemos actuar, pero no todos estamos dispuestos o acostumbrados a disculparnos.
En la casa, los problemas conyugales resultan una prueba para nosotros en cuanto al trato con la pareja.
La falta de dinero, de tiempo o de sexo se traduce en frustración para una o ambas partes, y por lo general una de ellas (o ambas) utilizan al otro para desahogar esos sentimientos.
Grave error. Porque esto solo genera más conflictos y mucha más tensiones.
Frases como "no sirves para nada", "ya me tienes harto
a" y "no quiero saber nada de tí", laceran como agujas en el corazón de quienes nos quieren, y crean heridas emocionales que tal vez sanen, pero dejan cicatrices.
Lo que decimos cuando estamos enojados quedará en la mente de quienes reciben nuestros insultos. No se olvidará fácilmente las cosas que se dicen, por lo que lo más recomendable es pensar antes de decir algo que moleste o hiera a las personas.
Más delicado es el trato con los hijos. Es entendible que un niño pequeño suelte una que otra imprudencia, pero un padre no puede enfrentar el problema de la rebeldía con otra "atorrancia".
El fuego no se combate con fuego, sino con agua. De lo contrario, el nuestro será un hogar inflamable, en el que el menor desacuerdo será peor que un incendio forestal.
Hay palabras que lastiman tanto, que acaban con amistades y matrimonios. Seleccionemos bien lo que vamos a decir antes de enfrentar una situación molesta. No sea que nos quedemos solos en la vida por esa actitud arrogante e intransigente de que "yo no me aguanto nada".