El panameño por naturaleza es alegre, fiestero, y por ende, vacilador. Cuando alguien no "gruvea" ni le gusta que lo "gruveen", algo anda mal con él. Es etiquetado como un "rompegrupos", un aguafiestas y un amargado.
Pero aunque no estamos pidiendo a nadie que se pase la vida con la cara amarrada, quien decida alejarse del relajo no le hace mal a nadie.
Son realmente los "gruveadores compulsivos" aquellos que hieren los sentimientos de los demás, los abochornan y hasta humillan con sus incisivos comentarios.
En todo grupo de personas se puede encontrar a aquel gracioso que está convencido de que haciendo burlas sobre los demás lo convierte automáticamente en el alma de la fiesta, cuando en realidad es el más odioso.
Se trata de aquel que usa toda su agilidad mental y su sagacidad en la tarea de hacer sentir miserables a los demás. Observan a los demás y luego le sueltan una seguidilla de mofas que se concentran en aspectos como una característica física, un defecto o un error que haya cometido.
Este molestoso individuo tiene una víctima favorita, que resulta casi siempre ser el más tranquilo del grupo. El que no se mete con nadie, el que es amable con todos los demás, el que más piensa en hacer algo productivo.
Pero hay algo que siempre los calla: que les devuelvan el "gruveo". Esto nunca falla, y nunca falla porque los odiosos son los que más sensibles son a los comentarios.
En el momento en que uno de ellos se vuelve el objeto de las burlas, automáticamente se molesta, le cambia el tono de voz, se queda callado. Termina conviertiéndose en uno más de los "rompegrupos", acurrucándose en una esquina para que no los molesten más.
Así que ya saben, cuando se les acerque uno de estos graciosos, no hay mejor remedio que devolverles el favor.