Kurt Nordin, de Falun, Suecia, abrió el correo de la mañana. No había mucho que ver: sobres con propaganda comercial; una compañía ofreciendo seguros de vida; algunas cuentas mensuales, como de teléfono y luz eléctrica; y una postal de un amigo que se encontraba de turista por Suramérica.
Pero había allí también otra carta, una que lo hizo palidecer. Estaba escrita en un papel rosado, y decía simplemente: "Te voy a matar." La firmaba Jackie. Esa amenaza de muerte se repitió en igual forma durante un espacio de tres meses. Kurt llegó a tomarle terror al correo.
Por fin le dio aviso a la policía y les mostró todas las cartas de amenaza. La policía, tras investigar el asunto, descubrió la verdad. Las amenazas se las enviaba él mismo. Kurt Nordin tenía "doble personalidad".
Hay algunas personas que sufren de esa anormalidad psicológica. Poseen dos personalidades a la vez. En ciertos casos, la condición es tan seria que cuando proceden bajo una personalidad, son absolutamente inconscientes de la otra. Otros casos son más leves, pero aun así representan una situación muy grave.
Sin ser un caso de "doble personalidad", en cada ser humano viven simultáneamente el hombre y la bestia, y esas dos fuerzas luchan continuamente la una contra la otra.
La Biblia, que conoce a fondo la personalidad humana, nos da a entender que esta batalla se libra entre la "vieja naturaleza" y la "nueva", y entre lo "meramente humano" y lo "espiritual".
El apóstol Pablo, que trata con maestría este tema, dice: "El primer hombre, Adán, fue hecho un ser viviente"; el último Adán , un Espíritu que da vida" (1 Corintios 15: 45). Del Adán caído extraemos, además de toda nuestra personalidad humana, la tendencia de transgredir la ley de Dios. De Cristo podemos extraer las virtudes sanas, que buscan obedecer las leyes de Dios y que nos elevan por encima de todas las degradaciones y depravaciones humanas.
Cuando, al comprender que hemos vivido mal y nada bueno hemos sacado de la herencia que nos legó Adán, renunciamos a esa vida vieja y recibimos a Cristo como Señor y Salvador, adoptamos una nueva personalidad y comienza el camino de regeneración total. Sólo Cristo nos redime de la destructiva herencia adánica.