El "tour" de las putas

¿Cuál es la diferencia entre una puta para limpios, una para clase media y una para cocotudos (aparte del precio)? La respuesta a esta pregunta la obtuvimos después de dar un "tour" por tres de los más concurridos prostíbulos del país. Ahí había para todos los gustos, colores y bolsillos.

La Mayor
Conozcamos la oferta básica en nuestro “tour” de las putas: La Mayor es un burdel legendario, ubicado en San Felipe, frente a lo que hoy en día es la segunda fase de la Cinta Costera.
Es un sitio frecuentado por hombres de clase trabajadora, y está organizado como el típico bar/putero, con mesas para ver a las hembras bailando el tubo. Y esa noche, estaba "hasta el tope". La mayoría de las mesas estaban ocupadas por jóvenes.
El ambiente está diseñado para crear la ilusión en los clientes (usualmente entrados en tragos) de que están "levantando": Estás sentado con tu trago y conversando con tus pacieros, cuando de repente haces contacto visual con una despampanante chica, quien de la nada se te acerca y se sienta junto a ti, buscando conversación. ¡Coño, soy un Don Juan, la tengo lista pa’ la foto!
Pero el que está listo eres tú. Lo primero que hace Graciela, una espectacular dominicana de ojos color miel, larga cabellera y tetas estrujadas en un sostén dos tallas más pequeña, es pedirme un trago, que usualmente cuesta entre 7 y 10 dólares. La mitad es para el establecimiento y la otra mitad es para ella. Este es el procedimiento estándar en cualquier bar/putero popular, y si estás demasiado borracho o demasiado ahueva’o, te va a sacar tres tragos mínimo antes de subir.
Los precios de los polvos inician desde los $15, y eso significa un dólar el minuto, que comienza a correr desde que entras al cuartito. Media hora son $30, y hay un servicio especial de $80.
Graciela no se anda con ahuevazones. Se encuera rápidamente, pidiéndome que haga lo mismo, y luego me pone un preservativo de una marca que en mi vida había visto. "Apúrate papi", dice acostada sobre una enorme cama “King Size”, ya con un tono más impaciente y menos dulce que cuando estábamos en la mesa. No hay tiempo que perder.
El polvo fue una carrera contra el tiempo. Pin, pan, pun. Si te viniste, bien. Y si no, también.
Miami
A diferencia de club Miami, propiedad de asiáticos, y ubicado en el área comercial de El Dorado, es considerado un prostíbulo para clase media.
Cuando entramos, a eso de la 1:00 a.m., se notaba que era un día lento. Solo había dos mesas ocupadas con un par de tipos que a todas luces parecían turistas.
El formato del sitio era similar a La Mayor: mesas concéntricas a un escenario con varios tubos para que las chicas bailen. A la derecha, en el bar, las chicas conversaban esperando que cayera algo.
Prácticamente teníamos el putero para nosotros. Inmediatamente nos sentamos en la barra, y llamamos a dos colombianas con nombres de argentinas: Andrea para mi amigo y Valeria para mí.
No sé si era por falta de clientes en la noche o por ética de trabajo, pero Valeria estaba muy cariñosa conmigo. La pequeña fulita me mostraba sus frenos al sonreír, frotaba sus desproporcionadas nalgas de silicona contra mi pierna, y se reía de todos mis chistes malos.
La erección fue inmediata. Valeria había sabido ejecutar la ilusión del "levante" mucho mejor. Y ni siquiera me pidió que le pagara un trago.
Al igual que en La Mayor, lo primero fue pasar por caja. La cifra: $90 por una hora.  Gracias a Dios no los pagué yo.
Tras dar tres vueltas a lo largo de una angosta red de pasillos, llegamos al cuartito, con una cama mucho más pequeña que en el putero anterior. Valeria se quitó lo poco que tenía puesto, y comenzó a acariciarme, algo que ni le pasó por la mente a la dominicana de La Mayor.
Acto seguido, tomó un condón y me lo puso, para someterme a una dizque apasionada sesión de sexo oral.
"Bueno, voy para adentro", me dije. Cuando comenzamos, Valeria continuó con la ilusión, me hizo sentir que estaba en una porno. Gritos y gemidos como "dame más, papi"; "así, así" y "no pares".
Al final, usamos 45 minutos de la hora que teníamos disponible, nos quedó para una breve conversación, en la que pude conocer que tiene una hija.
Cuando salimos del cuartito, hasta me salió con un "espero que vuelvas pronto". ¿Coño, será que quedó gustando de mí o qué?
Golden Time
Esta casa de masajes ubicada en Plaza Mirage, frente a la vía Ricardo J. Alfaro, tiene fama de ser uno de los mejores prostíbulos de la ciudad capital. Después de todo, si vas a pagar $115 por un polvo, más vale que la chica se vea como una supermodelo. Y de hecho, así lucen.
A la entrada, lo primero que nos encontramos es una sala de espera y una cajera detrás de una vitrina. Parecía que había llegado como al dentista. De salida, nos ofrecieron tragos, y nos hicieron pasar por un pasillo hasta llegar a un cuarto con varios sillones. Era el cuarto para ver la mercancía.
En este caso, se trataba de otro tipo de ilusión, que te hace sentir como una especie de magnate al que las mujeres se le ofrecen. Mientras estábamos cómodamente sentados y con trago en mano, las chicas disponibles en Golden Time hacían fila y se nos presentaban una a una para que las escrutáramos de arriba a abajo, y así decidir cuál escogeríamos.
Tetas enormes, culos sobresalientes, todas con abdomen plano y cinturita diminuta. Todo indicaba que habían sido perfeccionadas por un cirujano. La que escogí era una angelical colombiana: alta, con muslos gruesos y vestida con lencería blanca. ¡Qué casualidad, me tocó otra Valeria! Total, no es el nombre verdadero de ninguna de las dos.
Lo primero fue un masaje ejecutado, cuya finalidad era poner al cliente a punto. Me preguntó si quería que me untara crema o aceite. Escogí crema. Ahí me di cuenta de que iba a tener que bañarme antes de regresar a la casa, para que mi mujer no me sintiera olores sospechosos.
Valeria #2 se mostró menos entusiasta que su tocaya de Miami, pero con semejante cara y cuerpo, no tenía que esforzarse mucho. Luego del masaje de cuerpo entero, sus manos se concentraron en la parte específica donde va puesto el condón, y arrancó con una succionada bucal.
Llegó la hora del sexo de verdad. Valeria #2 comienza arriba de mí, y entre una pose y otra, trataba de encontrarle aunque fuera un defecto en el cuerpo. Era literalmente una Barbie.
Y hasta cierto punto fue como acostarse con una muñeca. A pesar de su cuerpo espectacular, y belleza indiscutible, Valeria #2 se mostraba en un tanto distante, al contrario de su tocaya. Nos vestimos, salimos del cuarto y mientras volteaba para buscar mis llaves, Valeria #2 sencillamente se me perdió de vista. Al salir por la puerta principal, vi que había regresado al cuarto contiguo, y conversaba con sus compañeras.
¿Cuál es la diferencia entre chicas vendedoras de placer para limpios, clase media y gente con plata? No hay que darle tanta mente: el tiempo del polvo, el trato y el número de implantes.

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