Opinión - 30/9/17 - 12:00 AM

Adolescentes al descubierto

Por: José Luis Rozalén Medina Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación -

En ninguna etapa de su vida tiene el hombre más necesidad de ser escuchado y comprendido como en su adolescencia y juventud. Es como si solo mediante una honda comprensión de su alma se le pudiera ayudar a conseguir su evolución, su estabilidad, su plenitud. Y, sin embargo, ¡qué difícil es comprender al joven-adolescente! Los pliegues más finos de su espíritu se ocultan recelosos. En vez de la franqueza infantil que hasta esos momentos tenía, aparece muchas veces una reserva taciturna, una insolencia esquiva, una mirada entre temerosa y desafiante que desconcierta y enternece a la vez.

De la altanera autosuficiencia, a los ojos humedecidos, brillantes por cualquier emoción contenida, va apenas un breve camino de ida y vuelta que el adolescente recorre muchas veces. Y cuando queremos aproximarnos a él o a ella para acompañarlos en la senda de la búsqueda, de la inquietud, de la confusión o el desánimo, en muchas ocasiones no podemos hacerlo, porque ellos no abren fácilmente su intimidad a cualquiera, no se fían, no esperan que les podamos comprender ni ayudar.

Si este típico y habitual desconcierto ha sido un síntoma permanente de toda adolescencia, en los tiempos de confusión que corren, con un decaimiento ético galopante, con una falta generalizada de modelos de conducta, con una agresividad ambiental como telón de fondo de sus vidas, con unos Medios de Comunicación que imponen su estilo de vida, con un relativismo desesperante en el mundo de los valores…, con todos estos elementos, este desconcierto aún es mayor: los jóvenes-adolescentes, en muchas ocasiones, no se fían de casi nadie, se encierren en sí mismos o en el grupo de amigos al que pertenecen y se lo piensan mucho antes de contar a cualquiera sus inquietudes y dudas.

Los jóvenes, en el fondo de su ser, están cansados de escuchar que vale más el dinero que la amistad, el poder que la felicidad, el puro desarrollismo técnico que la felicidad, la productividad que la poesía… El joven-adolescente espera otras melodías, otros sonidos. Educar a un adolescente es hacer de él alguien que aún no existe. Hay que hacerles ver que son seres únicos e irrepetibles, que su vida la deben decidir ellos mismos, que sus posibles errores no son definitivos, sino solo dificultades normales que hay que ir superando para que un día puedan constituir su verdadera personalidad.