Opinión - 16/9/17 - 12:00 AM

Entre la máscara y el disfraz

Por: Herminio Otero Martínez Periodista y escritor -

Las máscaras estuvieron destinadas en un principio a ocultar la cabeza o el rostro, o a amplificarlos, y se utilizaban sobre todo como instrumentos mágicos en la vida cotidiana o en rituales religiosos.

Jung nos lo recuerda: cuando el hombre primitivo se colocaba una máscara de un animal con el que competía por la supervivencia, no pretende ser ese animal, sino que está convencido de que lo es. Comparte esa identidad en el reino del mito y del símbolo.

En la actualidad, las máscaras han perdido su carácter ritual y solo tienen un uso carnavalesco, pero el ser humano sigue usando otras máscaras, a veces invisibles, pero muy reales, para refugiarse en la seguridad y protegerse de nuevas amenazas.

Ocultarse es una de las primeras reacciones del ser humano ante las faltas cometidas. Todos tenemos miedo a ser descubiertos en falsedad y tememos que los demás vean quiénes somos en realidad y cuáles son las verdaderas intenciones de nuestro corazón. Con frecuencia buscamos ocultar lo que somos y queremos aparecer como lo que no somos. Y para eso nos servimos de disfraces y de máscaras.

La máscara reviste nuestros miedos, tan abundantes siempre y especialmente en la sociedad actual: miedo a expresarnos o a que nos conozcan más de lo que deseamos; miedo a mostrar nuestro lado oscuro; miedo a no obtener la aprobación de los demás; miedo a que nos juzguen y rechacen; miedo a la intimidad con otros o a parecer vulnerables frente a los demás; miedo a la inseguridad; miedo a ser diferentes a lo marcado por las convenciones sociales; miedo al compromiso y a la responsabilidad.

Con estos miedos enmascarados, disfrazamos nuestro verdadero yo y perdemos uno de nuestros más fuertes y grandes atractivos: el encanto natural de ser uno mismo.

En la selva urbana en la que vivimos perdidos y manejados por las tecnologías de la comunicación, abundan ahora las máscaras que nos siguen dando fuerza, protección o seguridad en un mundo de manifiesta fragilidad. Detrás de cada máscara, siempre está el miedo al rechazo, al fracaso, al compromiso, a comunicarnos, a establecer relaciones, a cubrir expectativas que los demás tienen de nosotros.

Todas estas máscaras nos ocultan y a la vez nos delatan. Y están reforzadas por ropajes de todo tipo con los que nos disfrazamos, ahora con un uso desaforado, a causa del consumismo que nos invade o de la necesidad que tenemos de ocultar lo que somos, mostrar aquello que no somos… o pedir lo que queremos ser.