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Señalan los expertos en revoluciones que el terrorismo no siempre es efectivo para acabar con un sistema de gobierno dictatorial. Una bomba que estalla en un mercado público y mata a decenas de inocentes puede lograr que baje la asistencia de compradores a ese sitio comercial. Pero causará un repudio en la mayoría de las personas, no importa si están de acuerdo o no con ese gobierno que los revolucionarios tratan de tumbar. ¿Qué culpa tienen niños, mujeres y hombres que mueren en este atentado, y no son elementos que respaldan a la dictadura? Sus familiares y amigos no apoyarán el atentado por más argumentos que tengan esos "revolucionarios".
La historia de los cambios sociales en países del mundo indica que esas acciones desesperadas hasta pueden aumentar el apoyo al gobierno que se quiere cambiar. El fanatismo de algunos políticos puede llevar hasta el sacrificio personal. El mundo civilizado se estremece cuando se entera que un joven lleno de explosivos los hizo estallar en un centro religioso. Muchos no comprendemos cómo escudados en teorías sociopolíticas riegan de sangre inocente a la sociedad que quieren mejorar. Duele el poco aprecio que se tiene por la vida en ciertos sectores que sostienen que lo hacen buscando mejores días para ese país.
Un ejemplo que aún estremece la conciencia de millones de personas en el mundo fue la destrucción de las torres gemelas de Nueva York con aviones cargados de inocentes. ¿Eso cambió a los EE.UU. en su geopolítica hacia los países árabes? Al contrario, estimuló a ese y otros países a combatir aquellas naciones dominadas por gobiernos que estuvieron de acuerdo con el atentado. Figúrense que durante diez años se buscó al autor intelectual de esta masacre para eliminarlo. Años atrás otro acto terrorista causó la muerte de varios atletas israelíes que participaban de una competencia mundial.
Tampoco hicieron cambiar la política de ese país. Justificaron una "cacería humana" que liquidó a los que participaron en esa matanza. No es lo mismo un enfrentamiento de soldados contra soldados, cada uno defendiendo sus propias causas. Por eso matar por matar para meter miedo no es un arma para los verdaderos revolucionarios que quieren un cambio social. Eso lo supieron los colombianos hace más de veinte años.