Mario Calvit en la pintura panameña
La Exposición que se inaugura esta noche según Calvit, es de características muy novedosas y nuevas formas estéticas que son relativas al hombre. Tiene que ver mucho con su estado anímico, tiene que ver también con algo de sus facciones, de su validad como ser humano. Dentro de estas figuras hay proposiciones que inducen al hombre a pensar en su interioridad.
En La Prensa miércoles 6 de Agosto de 1997/ sección Revista/Página 1C. Daniel Domínguez Z. publicó el artículo titulado: Colores del Interior.
Un paisaje antonero, pensó en Mario Calvit cuando quiso que un pintor lo rescatara del olvido. Los árboles y los caminos, el sol y la compañía sabían que solo este artista podría detener el tiempo con sus pinceles y que a través de su arte recobrarían la vistosidad, la inocencia y la libertad que se les había escapado sin darse cuenta.
Algo parecido le pasó a un grupo de briosos caballos y a unos hombres del campo. Ambos tenían tantos deseos de transformarse de seres vivos a personajes pictóricos, que en una ocasión se colaron por una rendija del alma de este pintor, con tanta suerte, que desde entonces lo acompañarían, el jinete y el animal, en una unión íntima y fiel.
Ese andar de la imaginación a la paleta también fue algo que le interesó muchísimo a unas sensuales mujeres que vagaban por la mente de Mario Calvit. Por eso, cuando la soledad acompañaba la actividad creativa del artista, ellas entraron por una ventanita de su inspiración, para estar presentes con una frecuencia semejante al cariño en ese festín de emociones estéticas que hay en cada obra de este gran conversador.
Su universo de rostros también incluye a bañistas que respiran frescura, arlequines tan enamorados de la luna que le interpretan canciones de amor, sauces que descansan tranquilos a la orilla de la ciénaga, la claridad de un verano que se posa sobre una loma y un arrozal que espera ser alimento de pájaros viajeros y gente de buen corazón.
A Mario Calvit le interesa estudiar el interior del cuerpo humano, su luz y su fuego, sus misterios y su fuerza vital. Gusta de atrapar ese movimiento constante de energía y espíritu que habita en el organismo de los que piensan y sueñan.
Busca que sus retratos sean como espejos donde podamos reconocernos y donde podamos ver cómo somos por dentro; en esos rostros desaparecen las fronteras de la piel que los cubre y los oculta ante los demás, y nos presenta tal cual somos.
Lo recorrido:
Nació Mario Calvit en Nicaragua, en 1933, pero desde los 12 años es tan panameño como nuestros fastuosos mares. A esa corta edad residió en Antón y allí hizo sus estudios primarios. La secundaria la hizo en el Instituto Nacional.
Como ocurre en estos casos de niños con sentimientos artísticos, el pequeño Mario hacía con soltura y talento las tareas de dibujo y es precisamente desde ese periodo en que su expresión se volcó a dar testimonio con formas y colores de la belleza de los sembradíos y la candidez de las personas que nacen entre cielos despejados y ausentes de contaminación y ruidos. "Definitivamente mi estancia en Antón marcó pautas decisivas para poder entender lo que estoy haciendo ahora. De no haber sido así, quién sabe que otra profesión estaría ejecutando", comenta el hombre que decide formalmente ser pintor en la década del sesenta.
Más adelante sigue escribiendo Daniel Domínguez.
"LA VOZ DEL ARTISTA"
Las paredes del apartamento de Mario Calvit, ubicado en el corregimiento de Bella Vista, están adornadas con cuadros suyos y de otros artistas que le dan brillo y presencia. Su residencia es acogedora y tranquila, donde un perrito salta de emoción ante cada nueva visita y donde pajarillos revolotean en el balcón con flores mirando a la calle. Conversamos cerca de la pequeña área que tiene dedicada a su estudio; en ese apacible lugar de trabajo donde pone música jazz, clásica o boleros, de acuerdo a cómo va el proceso de un cuadro y al que llega todas las tardes a laborar.
En el caballete hay una obra en plena elaboración. Explica que un cuadro le nace a partir de una condición emocional y física. Estas tienen que conjugarse con la idea que se me presenta. Es necesario estar solo, pensar profundamente, tomar un momento de decisión para enfrentarme al lienzo en blanco". Confiesa Mario Calvit que lo más atractivo de su oficio es cuando el cuadro está concluido. Representa un gozo increíble, es musicalidad, sonrisas y alegría. Es hablar con la gente en una forma amena, es el logro de la meta planteada llegada a un término feliz".
CONTINÚA.