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El amor y la locura

Hermano Pablo | Reverendo

Cuentan que hace muchísimos años se reunieron algunos sentimientos y algunas cualidades del ser humano. Cuando el Aburrimiento bostezaba por tercera vez, la Locura propuso:

-Vamos a jugar al escondite.

La Intriga se levantó extrañada, y la Curiosidad, sin poder contenerse, preguntó:

-�Al escondite? �Y eso cómo es?

-Es un juego en el que yo me tapo los ojos y comienzo a contar hasta un millón, mientras ustedes se esconden. Cuando termine, los buscaré hasta que los encuentre. El Entusiasmo bailó jubiloso y la Alegría dio saltos, con lo que terminaron por convencer a la Duda, e incluso a la Indiferencia.

Pero no todos quisieron participar. La Verdad prefirió no esconderse. �Para qué?, si al final siempre la hallaban.

La Soberbia pensó que era un juego muy tonto. En el fondo lo que le molestaba era que la idea no se le había ocurrido a ella. Y la Cobardía prefirió no arriesgarse.

La Locura rápidamente comenzó a contar.

La primera en esconderse fue la Pereza que, como siempre, se dejó caer en la primera piedra que encontró. La Envidia se fue detrás del Triunfo, quien por su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.

A la Generosidad le costó trabajo esconderse. Cada sitio le parecía maravilloso. Por fin, después de pensar primero en todos, la Generosidad terminó ocultándose en un rayito de sol. La Mentira se escondió detrás del arco iris. Y la Pasión y el Deseo se escondieron entre los volcanes.

Cuando la Locura ya casi terminaba de contar, el Amor aun no había encontrado un sitio para esconderse, pues todo estaba ocupado. Hasta que al fin vio un rosal y decidió esconderse entre sus flores.

-�Un millón! -dijo la Locura.

Y comenzó a buscar, y encontró a todos. Solamente el Amor no aparecía por ningún lado. Cuando ya estaba considerando darse por vencida, vio el rosal. Tomó un pequeño palo y comenzó a mover las ramas. De pronto, escuchó un doloroso grito. Las espinas habían herido los ojos del Amor.

Desde entonces el Amor es ciego y la Locura siempre lo acompaña. Podría decirse de Jesucristo no sólo que nos amó con locura al dar su vida en la cruz por nosotros, sino también que nos mandó que amemos al prójimo con esa misma locura.



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